El Cid Campeador: símbolo del auge de la hispanidad en Argentina

Por: Emiliano Erlach

Resumen

El trabajo que aquí se presenta pretende inmiscuirse en la realidad argentina de principios de siglo XX, con la intención de dar cuenta de la relación entre Argentina y España en aquella época. Lo haremos a partir del análisis de la figura caballeresca del Cid que representa los valores característicos del mundo español y cómo estos se van entrelazando en un contexto de acercamiento entre los dos países separados geográficamente por el océano Atlántico y distanciados políticamente desde las jornadas de mayo de 1810.

Se recurrió a los discursos realizados en la inauguración del monumento como base argumentativa para entrever lo que supuso el símbolo del Cid para aquel momento y cómo estas ideas se fueron desarrollando por medio de diferentes interlocutores, siendo Ricardo Levene uno de los más destacados por el hilo de continuidad que reflejan sus ideas desde el día de la inauguración en 1935 con sus tesis presentadas en 1951, conocidas en su libro Las Indias no eran colonias. Allí sintetiza, en parte, los rasgos más distintivos del proceso de hispanización o recolonización cultural –término pensado a partir de esta investigación– que se estaba desarrollando en el iniciado siglo XX en Argentina.

Introducción

El 13 de octubre de 1935 se inauguraba en la Ciudad de Buenos Aires un monumento de raíces españolas, pero construido en Estados Unidos. El símbolo de una figura de la Edad Media de España llegaba a la Argentina 443 años después de la primera incursión española en tierras americanas.

El monumento al Cid Campeador se encuentra hoy en una zona céntrica de Buenos Aires. Pasamos frente a su mirada de piedra, los autos rodean la base que sostiene al caballo inseparable, como su espada, del militar castellano Rodrigo Díaz de Vivar.

Sin embargo, ¿qué es lo que sabemos de este “héroe”? ¿Por qué trascendió su figura? ¿En qué circunstancias llega a la Argentina? ¿Cómo es recibido? ¿Por qué una organización norteamericana se encargó de la producción de este monumento que también fue distribuido por otras zonas del mundo?

Estas son algunas de las preguntas que se pueden hacer alrededor de un monumento con variadas figuras que participaron para que hoy en el siglo XXI sea una de las esculturas más visitadas en Argentina de manera inconsciente o indirectamente al pasar por la zona donde se erige.

Con este trabajo me interesa revelar las relaciones sociales y políticas entre Argentina y España que dieron surgimiento al día de la raza y/o de la hispanidad, pero desde una perspectiva que incluye la historia cultural y la historia de ideas para poder profundizar un poco más en los elementos de una época en que la Revolución de Mayo parece haber quedado en un pasado lejano y lo fundamental parece transitar por la unidad hispánica como un todo expresado por sus costumbres religiosas.

En su trasfondo se encontraba la construcción de la identidad nacional a 100 años de las luchas de liberación e independencia, en donde se retomaron valores importados por quienes supieron conquistar, dominar y explotar el continente americano en pos de sus intereses y beneficios representados antaño por la corona española y la Iglesia católica.

Cabe contar con la salvedad de que en las primeras décadas del siglo XX fue la débil España, de inestabilidad política y económica, en conjunto con la Iglesia, quienes encabezaron la tarea de anexar a Argentina a un supuesto cuerpo espiritual hispano.

El Cid Campeador: símbolo del auge de la hispanidad en Argentina

La historia del mío Cid está grabada en su cantar, aunque solo aparezca un recorte de su vida también hay evidencia de algunas otras de sus experiencias que se encuentran en las narraciones romanceras en donde se mezclan la historia y la leyenda de períodos de la vida del campeador Rodrigo Díaz de Vivar (Baeza, 1952, pp. 6-8). Esto significa que algunos rasgos de su persona se pueden conocer a través de la literatura épica medieval como un documento que refleja el contexto histórico, pero con datos que pueden ir variando entre el relato histórico y el mito.

El cantar del mío Cid supone el monumento más antiguo en lengua castellana y el inicio de la literatura juglar (Pernil, 2018). Allí se retrata la vida del héroe máximo de la Edad Media en España y su importancia en la reconquista de tierras por parte del cristianismo en un territorio en disputa (Baeza, 1952, p. 5) con la religión musulmana, la judía y el poder soberano de cada reino ubicado en lo que hoy se conoce como el Estado español.

Ruy (Rodrigo) Díaz se estima que nació alrededor del año 1043 en una aldea llamada Vivar en Burgos y murió en 1099. Fue denominado como Cid Campeador por las victorias de sus combates en representación del rey de Castilla don Sancho II (Baeza, 1952, pp. 13-14). Cid significa señor en árabe, y campeador: que sobresale en el campo de batalla (Porrinas González, 1996-2003, p. 261).

En su cantar se expone la forma de obrar del Cid, su relación conflictiva con la corona donde supo ser alférez del reino como también ser enemigo por acusaciones de robo de parte de los tributos al rey. A pesar de tener a disposición gran cantidad de hombres y armas, nunca optó por enfrentarse con algún reino, sino que su vida, mientras duraban sus disputas, se desarrollaba en el exilio, caminando y recorriendo las tierras españolas. Además, se exhibe su relación con Dios y la religión cristiana, y sus enfrentamientos con los musulmanes.

Según el historiador musulmán Ibn Bassam de Santarem, el Cid Campeador fue una terrible calamidad para el islam; y por la viril firmeza de su carácter y por su heroica energía fue uno de los grandes milagros del Creador (El monumento al Cid Campeador, s.f.). En resumen, esta es la figura de Rodrigo Díaz de Vivar representada en el cantar. Sin embargo, qué relación tiene este personaje con el monumento instalado en la Ciudad de Buenos Aires en la década de 1930.

El 13 de octubre de 1935 se inauguró en un acto de extraordinarias proporciones (La Nación, 1935) el monumento a Rodrigo Díaz de Vivar en la intersección de las actuales Avenidas San Martín, Ángel Gallardo, Díaz Vélez, Honorio Pueyrredón y Gaona.

En el diario La Nación con fecha del 14 de octubre de 1935 se relataba que el acto de inauguración contó con un jubiloso público, en donde se encontraban todas las instituciones de la colectividad española, el presidente de la Nación, Agustín P. Justo, el secretario municipal, Amílcar Razori, el embajador de España, Alfonso Dávila, el ministro agregado a la representación diplomática, el agregado militar cónsul general de España, el secretario del intendente municipal, el doctor Ricardo Levene, y otras personalidades que se ubicaron en el palco oficial. La ceremonia se inició con el Himno Nacional y luego Justo quitó la tela que cubría la estatua (Ferrero, 2005, p. 50).

Diario La Nación. 14 de octubre de 1935. Extraído de: https://twitter.com/paisajeante/status/1252422486903255044

Del mito al monumento

La escultura de bronce cercana a los doce metros de altura y apoyada sobre una base de mármol es una estatua ecuestre de estilo Art Decó Monumentalista, en donde se muestra al caballo Babieca llevando al Cid que sostiene una lanza, mientras que su espada Tizona descansa atravesada en su cintura (Cabrera, s.f.).

La obra fue realizada por la escultora estadounidense Anna Hyatt Huntington (1876-1973), quien estudió en la Arts Students League de Nueva York y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Syracuse, destacándose como escultora animalista, además de exponer obras de temática española que exaltó en piedra, bronce y mármol (Anna Hyatt Huntington, s.f.).

Entre sus obras más importantes se encuentran el don Quijote, situado en el museo de la Hispanic Society of America en Nueva York; Juana de Arco, ubicada en la catedral de St. John the Divine de Nueva York y de Blois en Francia; la estatua de Colón, en Punta Sebo, España (Ferrero, 2005, p. 51). A su vez, fue condecorada por la Unión de Mujeres Norteamericanas con el título de Mujer de las Américas (Civeira, 2020).

En 1923 se casó con Archer Huntington, un heredero millonario del constructor del ferrocarril Southern Pacific. Este sentía gran interés por la cultura hispánica luego de haber viajado durante dos años por España recorriendo la misma ruta que supo hacer el Cid siglos atrás: de Burgos a Valencia (Revuelta, 2020). Tal es así, que él mismo tradujo el Poema del Mío Cid al inglés realizando a su vez un análisis cultural que le llevó diez años, el cual fue considerado como la mejor traducción al idioma anglosajón y elogiado por varios especialistas españoles (El monumento al Cid Campeador, s.f.); además fue el fundador de la Hispanic Society of America –actualmente el museo de arte español más importante fuera de España (Ferrero, 2005, p.51)– fundada en el año 1904 en Nueva York (El monumento al Cid Campeador, s.f.).

Huntington le contagió a Anna Hyatt su pasión por la cultura española, lo que llevó a la escultora a combinar su entusiasmo por los animales con la historia hispánica, caso ejemplar es el monumento del Cid en donde se refleja esta comunión entre su amor por los caballos y el personaje legendario del guerrero hispano de la Edad Media.

Extraído de awarewomenartists.com/artiste/anna-hyatt-huntington/

En 1927 se conformó el primer monumento del Cid Campeador, que fue donado por la Hispanic Society of America para ser presentado en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929, siendo muy bien recibido por el público y en especial por los sevillanos, sobresaliendo la minuciosidad con la que fue trabajada la anatomía del caballo. Esto le conllevó fama y reconocimiento a la autora que fue distinguida con la Gran Cruz de Alfonso XII por el rey de España Alfonso XIII (El monumento al Cid Campeador, s.f.).

Esta notoriedad trajo como consecuencia la elaboración de algunas réplicas. La primera en la sede de la Hispanic Society of America en Nueva York, seguida por las copias del monumento, también donados por la misma organización, a las ciudades de Buenos Aires, San Diego y San Francisco. En Valencia se realizó una copia del monumento de Sevilla a cargo de la Hispanic Society, pero fue trabajada por Juan de Ávalos (El monumento al Cid Campeador, s.f.).

Cabe señalar que en la ciudad de Burgos en la década de 1950 se rediseñó parte de la plaza de San Pablo que pasó a llamarse Plaza del Mío Cid, en donde se erigió una estatua de Rodrigo Díaz de Vivar esculpida por Juan Cristóbal González Quesada e inaugurada en 1955 por el jefe del Estado español, el general Francisco Franco (Monumento al Cid Campeador en Burgos, s.f.). Este último afirmaría en su discurso que “el Cid es el símbolo de la reciedumbre y del Señorío de una raza”, para continuar diciendo que “el Cid es el espíritu de España”. A lo que sumaría que “el gran servicio de nuestra cruzada […] [fue] el haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos”, haciendo plena alusión al Cid como parte de la construcción de la identidad nacional de España (Franco, 1955).

Hasta el día de hoy, estos son todos los monumentos existentes del Cid Campeador.

El día de la raza en la construcción de la identidad nacional española y de sus exdominios

Antes de continuar con la inauguración del monumento del Cid Campeador en Buenos Aires, me gustaría volver sobre la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 que fue el espacio donde tomó gran relevancia la escultura de Rodrigo Díaz de Vivar. Dicha exposición se produce en un momento particular de España, con una monarquía en franco retroceso y bajo una dictadura que también estaba llegando a su fin, encabezada por el general Primo de Rivera, abriendo paso a la segunda república en 1931 (Pérez Escolano, 1992, p. 219).

La esencia ideológica de la exposición se basó en la exaltación de los valores hispanoamericanos lo que constituyó un escenario para la representación del hispanismo latinoamericano del siglo XX con el fin de armonizar las relaciones entre las repúblicas americanas y la metrópoli,recuperar el prestigio perdido tras el final de la Gran Guerray modernizar el espacio urbano de la ciudad de Sevilla (Graciani García, 2013, p. 133).

Con veinte años de preparativos –comenzaron en 1909– la exposición quería reflejar principalmente a través del ideario político de Primo de Rivera la cuestión de la raza hispana que albergaba no solo a los residentes españoles, sino también a las repúblicas que otrora fueron dominadas por la corona española; en ese contexto, la raza fue el eje ideológico de la exposición (Graciani García, 2013, p. 133-134). A esta concurrieron delegaciones desde Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, México, Panamá, Perú, Portugal, República Dominicana, Uruguay y Venezuela (Graciani García, 2013, p. 135).

Cabe mencionar que el gobierno español proclamó el Día de la Raza en 1918 secundando la iniciativa realizada en 1917 por el gobierno de Hipólito Yrigoyen en Argentina (Graciani García, 2013, p. 134). Previamente se había celebrado por primera vez el Día de la Raza el 12 de octubre de 1915 en la Casa Argentina de Palos en Málaga.

De lo que se acaba de exponer, quedan en evidencia dos elementos que son importantes para nuestro trabajo. El primero con relación al surgimiento del concepto de raza: las ideas del darwinismo social comenzaban a proliferar a principios del siglo XX, siendo el especialista en psicología social Gustave Le Bon un referente de las ideas de la superioridad racial desde fines del siglo XIX. El segundo elemento, en consonancia con esto, es la posición de Argentina frente a esta concepción de la raza hispana, de la cual se sentía parte al considerar la conmemoración de la llegada de Colón a América como día festivo que más tarde se conocería como día de la raza.

En el decreto 7.112 del 4 de octubre de 1917 se revela la relación que Argentina quería mantener con España, y las posiciones políticas del gobierno de Yrigoyen frente a lo que fue la dominación de la corona en América.

En los tres puntos que contiene el decreto se pueden observar frases en ese sentido. En el primero se hace referencia a que el descubrimiento de América es el acontecimiento más trascendental que haya realizado la humanidad a través de los tiempos. Mientras que en el punto dos se profundiza aún más, explicando que no solo es en conmemoración al descubrimiento, sino también que se consolida con la conquista, empresa ésta tan ardua. Para culminar en el punto tres diciendo que España derramó sus virtudes sobre la inmensa heredad que integra la nación americana.Cerrando el decreto en homenaje a España progenitora de las naciones a las cuales ha dado con la levadura de su sangre y la armonía de su lengua una herencia inmortal (Decreto nacional 7.112, 1917).

Si bien es cierto que en el decreto argentino el término raza no se utiliza, este se iba difundiendo rápidamente, aunque no sin rechazo de algunos sectores como el sacerdote español Zacarías de Vizcarra, ideólogo del concepto de hispanidad el cual define así a todos los pueblos de cultura y origen hispánico en cualquier parte del orbe, y como el conjunto de cualidades que distinguen a la cultura hispánica con el resto del mundo (Zacarías de Vizcarra, 1944, pp. 45-46).

Esta disputa entre raza e hispanidad pretendía llevar a cabo una igualdad en la identidad entre España y sus exdominios; el problema era cómo se realizaba. Por este motivo la Iglesia intentaba contribuir desde una perspectiva católica tradicional con un fuerte rechazo de la modernidad y de las tradiciones ilustradas y liberales (Campos López, 2014, p. 72). Este idealismo espiritual católico promovió una sobrevaloración de la cultura imperial de donde se extrajeron características psicológicas, étnicas y sociales para definir al ser hispano materializadas en la figura del caballero cristiano: el Cid Campeador (García Morente, 1938).

Así, desde 1892, cuando se cumplieron 400 años de la llegada de España a América, se celebró este día bajo diferentes acepciones entre las que podemos nombrar: Fiesta de la Raza, Día de Colón, Día de la Raza, La Fiesta Hispanoamericana, Día de Colón y de la Paz, Día de la Hispanidad, Encuentro de Dos Mundos o Encuentro de Culturas (Campos López, 2014, p. 73).

Hacer mención del día de la raza o el día de la hispanidad, en conjunto con las posturas políticas tomadas por la elite argentina de principios de siglo XX y principalmente por el gobierno de Yrigoyen, permite entrever algunos rasgos de las formas que tomaron las relaciones entre Argentina y España en aquel período. Estas se hicieron visibles en la Exposición Iberoamericana de Sevilla donde Argentina fue la única nación que defendió con ardor los valores hispanos, materializados en las plasmaciones visuales con una estética predominantemente virreinal a través del arquitecto radical Martín Noel (Graciani García, 2013, pp. 136-137).

El avance de Estados Unidos sobre el sur de América y España 

Ahora bien, para comprender aún más los lazos establecidos entre Argentina y España pasaré a ofrecer un breve resumen del contexto en el que transcurre este reacercamiento diplomático con el mundo hispano y las ideas que comenzaban a entrar en ebullición durante el fin del siglo XIX y principios del XX.

En 1898 se generó una guerra entre España y Estados Unidos. Después de que España derribó una flota de Estados Unidos, este último realizó una avanzada militar que llevó a España a perder cierto poderío en los mares y una serie de colonias que pasaban a manos del país americano: Puerto Rico, Cuba, y Filipinas (Hobsbawm, 1998, p. 162).

Este hecho trascendió social y políticamente en el mundo, en el continente, en Argentina y en España. En Argentina se produjo un cambio cultural paradigmático en torno a la concepción de España. Desde la Revolución de Mayo se había introducido y desarrollado una suerte de antihispanismo que continuó hasta aquellos años de derrota y aniquilación de un Imperio que quedaba a merced de un nuevo régimen de imperialismos de rapiña que se disputaban el poderío de los territorios. El golpe de esta guerra fue tal que la fragilidad de España demostró que existía un enemigo más grande, más poderoso y más cercano: Estados Unidos (Sheinin, 2000, pp. 187-189).

En consonancia, en España se forjó el pensamiento de una nueva generación de intelectuales denominada los regeneracionistas o la generación del 98, entre los que se encontraban Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet, Azorín, Ramón del Valle Inclán, Vicente Blasco Ibáñez, Ramón Pérez de Ayala y Antonio Machado. El destacado filósofo José Ortega y Gasset, producto de esta renovación intelectual, visitó Argentina por primera vez en 1916, cien años después de la independencia y con la efervescencia sociopolítica y cultural producida por la Primera Guerra Mundial. Si bien estuvo en tres oportunidades diferentes en el país sudamericano (1916, 1928, 1936) (Perpere Viñuales, 2015, pp. 64-72), el contexto de su primera visita coincidía con el espacio que el retroceso del positivismo ofrecía a otras formas de pensar la realidad.

En Argentina, el proceso de distanciamiento del positivismo se encontraba dentro de las obras de un intelectual argentino de gran prestigio internacional: José Ingenieros. A su vez, en 1917, se creó el Colegio Novecentista, una organización conformada por estudiantes de filosofía de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata, apoyados por el intelectual neokantiano y bergsoniano Alejandro Korn. Esta institución surgió para renovar el pensamiento a través de la divulgación filosófica con un gran contenido antipositivista; novecentismo y positivismo eran, para estos, categorías totalmente antagónicas. Cabe resaltar que este era un círculo de elite, organizado jerárquicamente en donde no podía haber menos de tres miembros, ni más de treinta, además de mantener una inflexible relación con postulados católicos (Eujanian, 2005, p.83-105).

En la misma sintonía de la revuelta antipositivista se debe nombrar la obra del crítico literario uruguayo José Enrique Rodó, quien en 1900 publicó el ensayo Ariel que revelaba de alguna manera la crisis de 1898. Los ejes principales de la obra giran en torno a un cierto latinoamericanismo cultural que ponía en tensión la concepción de sociedad anglosajona con la latinoamericana; mientras la primera se definía como utilitaria y pragmática centrada en la acumulación de capital y poder, la cultura latinoamericana mostraba una sensibilidad artística y se basaba en una especulación filosófica desinteresada; esta tensión reflejaba una dicotomía entre la materia y el espíritu. Este latinoamericanismo cultural pone de relieve una superioridad moral y estética por sobre la sociedad superflua de Estados Unidos (Rodó, 1900).

La inauguración del monumento al Cid Campeador

En este contexto de ebullición de ideas que comenzaba a percibir a España como una nación sojuzgada por el poderío norteamericano vamos a regresar a la Buenos Aires de la década de los treinta para adentraremos en el discurso pronunciado por el obispo Isidro Gomá Tomás en el teatro Colón de Buenos Aires el día 12 de octubre de 1934, en la velada conmemorativa del Día de la Raza. En el discurso, el cardenal puso en noción las características de la raza y la hispanidad como “algo espiritual que trasciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria”. Alegando que “es el genio de España que ha incubado el genio de otras tierras y razas, y, sin desnaturalizarlo, lo ha elevado y depurado y lo ha hecho semejante a sí”(Gomá Tomás, 1934).

Así se entendían los conceptos de raza e hispanidad en la conmemoración de la llegada de España a América, siendo el espiritualismo español el factor esencial de la unidad hispanoamericana que hacía cuatro siglos había inoculado la Madre España (Gomá Tomás, 1934). De esta manera, queda en evidencia el trabajo de la Iglesia católica al conceptualizar a la hispanidad como un todo espiritual simbolizando el estilo español en la figura del caballero cristiano como su esencia (García Morente, 1938).

Traslado y cambio de pedestal del Monumento al Cid Campeador ca.1968. Archivo Fotográfico «Alberto Aquilino López», Secretaría de Desarrollo Urbano Jefatura de Gabinete. En https://www.facebook.com/EspacioLezamaArte/posts/-la-foto-de-la-semanael-monumento-al-cid-campeador-es-una-escultura-de-bronce-de/2958803424209870/

Retornamos nuevamente al monumento del Cid Campeador de la escultora Anna Hyatt Huntington que llegó por barco a la capital y estuvo guardado en galpones por un año hasta que se le designó el lugar donde debía emplazarse (Cid Campeador, s.f.). A su vez, las piedras de su pedestal, realizado por Martín Noel, llegaron de Vivar en Burgos, la tierra de nacimiento del Cid, además de una porción de tierra proveniente del claustro de los Santos Mártires de Cardeña donde descansaron los restos del caballero Rodrigo Díaz, traídos por Daniel Torre Garrido (Levene, s.f.).

El día 13 de octubre de 1935 se inauguró el monumento del Cid Campeador en el cual se vislumbraba una breve leyenda redactada por el Dr. Ricardo Levene y que aún puede leerse en la escultura: El Cid Campeador encarnación del heroísmo y el espíritu caballeresco de la raza (Levene, 1973, p.125). Así deja en evidencia el concepto de raza que se viene desarrollando en el trabajo y que estaba en boga en aquellos años.

Uno de los discursos más importantes en la fecha del estrenado monumento fue el realizado por el Dr. Amílcar Razori, secretario de Obras Públicas de la Municipalidad de Buenos Aires, quien comenzó nombrando y agradeciendo a todas las organizaciones que participaron en la inauguración: la Unión Ibero Americana, la Asociación Patriótica Española, el Club Español, la Institución Cultural Española, la Cámara Española de Comercio, el Centro Burgalés y la Sociedad Regional Valenciana, y a la misma escultora (Razori, 1935, p. 14). A su vez, entabló una relación entre el arte, la ubicación del monumento y el progreso de la ciudad por aquel entonces, y se dirigió a España con el término dilecta (Razori, 1935, p. 15), en sintonía con los sentimientos que proliferaban hacia España en aquel momento. Además, caracterizó al Cid como: “Defensor del débil, paladín de la honra, libertador de pueblos, sostén del derecho y la justicia, paradigma y síntesis, en fin, de las nobles, de las grandes, de las profundamente humanas virtudes españolas”(Razori, 1935, p. 15).

También tomó la palabra el Dr. Alfonso Danvila, embajador de España, quien realizó un breve repaso de la historia y el contexto de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar. Sin embargo, su discurso tuvo una orientación hacia la Argentina como parte integrante de la extensa comunidad española, la cual se puede resumir en la frase que se encuentra al final de su discurso: “Bien plantado ha de estar Rodrigo Díaz de Vivar en el centro de esta hermosa ciudad, la más grande de las ciudades del enjambre de naciones hispánicas”(Danvila, 1935, p. 22). Al mismo tiempo hablaba de una “patria indivisible de la lengua común”(Danvila, 1935, p. 17), y alegaba que “el Cid es una idea viva, un ideal eterno que, todavía hoy, y lo hará por siglos, puede fecundar la mente de los ingenios españoles y americanos” (Danvila, 1935, p. 18).

Además, le otorgó una gran cantidad de atributos positivos a la figura del Cid, entre los que se encontraban: héroe de la raza común, encarnación del valor personal, caudillo de un poderoso ejército endurecido en difíciles victorias y quien fue “injustamente desterrado” ya que siempre supo “acatar, respetar y honrar las instituciones políticas y sociales de su época”(Danvila, 1935, p. 18-21).

Para el final, dejamos el discurso del Dr. Ricardo Levene que es utilizado como insumo en el capítulo IX de su propio libro realizado en 1951, Las Indias no eran colonias, en el cual su tesis gira alrededor de revelar las relaciones jurídicas entre la corona española y sus dominios en América que serían tratados bajo los fundamentos legales establecidos para sus diferentes reinos, siendo las Indias incorporadas a la Corona de Castilla y León, y en donde se puede entrever la importancia de España para el futuro civilizado de las nuevas naciones americanas.

El libro marca la singularidad del momento entre las relaciones diplomáticas de Argentina con España. Si bien es cierto que el escrito es posterior a su discurso en la inauguración del monumento, ya desde ese entonces se pueden apreciar las ideas de una totalidad o un espíritu hispánico en Levene y a las que hizo referencia Zacarías de Vizcarra (1944, p. 47).

Por consiguiente, Levene afirmaba en la inauguración del monumento:

La hispanidad no es forma que cambia ni materia que muere, sino espíritu que renace y es valor de eternidad: mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con las edades, sector del Universo en que sus hombres se sienten unidos por los lazos del idioma y de la Historia, que es el pasado, y aspiran a ser solidarios en los ideales comunes a realizar, que es el porvenir (Levene, 1973, pp. 127-128).

Esta hispanidad, esta raza, encuentran en el Cid el “símbolo de comunión indestructible de España y América”(Levene, 1973, p. 128). Lo que demuestra el homenaje y el agradecimiento que mantiene Levene con España para la constitución de una identidad nacional haciendo referencia a que el “descubrimiento del nuevo mundo”, los años de dominación española en América, y el gobierno e instituciones importadas de la civilización, fundaron en el territorio americano sociedades que contenían intrínsecamente el germen de la independencia y la libertad, y que estas no hubiesen sido posibles sin la injerencia española en el continente americano (Levene, 1973, pp. 140-148).

En definitiva, Levene sintetiza en su libro que “la Historia de España y la Historia Argentina social y heroica, es una sola, que tiene al pueblo por sujeto activo y creador”(Levene, 1973, p. 149). Y le adjudica a la verdad y al amor, “los vínculos indisolubles que nos asocian a España y que han dado a esta unión su fundamento inconmovible y su significado ético por su belleza moral” (Levene, 1973, p. 149).

En efecto, el discurso pronunciado por Levene en la inauguración del monumento del Cid Campeador y su libro escrito 16 años después son materiales que permiten distinguir no solo las concepciones hispánicas de uno de los historiadores más influyentes de nuestro país al ser uno de los fundadores de la corriente historiográfica denominada nueva escuela histórica[1], sino también contextualizar las posturas ideológicas a partir de los matices entre España y Argentina en aquel momento.

Por este motivo, cabe resaltar que no se pueden comprender las ideas de Levene –como todas las ideas en general– disociándolas del contexto de la época, siendo él uno de los voceros más destacados –debido a su rol activo en la construcción de la identidad nacional– de la realidad representada en las relaciones entre Argentina y España de principios del siglo XX. El monumento del Cid vino a materializar esta comunión a la que pueden sumarse otras esculturas de la época como el Monumento a España inaugurado en 1937 que simboliza la unión del pueblo argentino con el español(Clarín, 2011) y el Monumento a la Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas, también conocido como monumento a los españoles inaugurado el 25 de mayo de 1927 (Gutiérrez Viñuales, 2005).

Conclusión

A lo largo de estas páginas se pretendió esbozar a partir del monumento del Cid Campeador, regalado por una institución norteamericana dedicada al estudio de la cultura y costumbres españolas a lo largo de la historia, las relaciones políticas, sociales, culturales y religiosas que se mantenían con el Estado español a principios del siglo XX.

Si bien no se puede evidenciar una intención real por parte de la Hispanic Society of America de introducir el símbolo del Cid en Argentina en pos de resaltar la hispanidad tal como la concibió la Iglesia católica, el hecho mismo de que se desarrolle en aquel contexto forma parte de las intenciones de España y la Iglesia de retornar a una anexión con las excolonias americanas, en donde las relaciones concernientes a todas las esferas políticas, económicas y sociales pueden resquebrajarse, tensionarse o romperse, pero la unidad espiritual que le asigna la religión católica continúan vigentes desde la época de la llegada de Colón a territorio americano y que permanecen desplegándose en la actualidad, hasta que algún proceso logre modificarlo o no.

Ante esto, nombrar las ideas en boga de la época era menester para poder comprender por qué fue en ese contexto en que se produjo este quiebre en la percepción de España heredada de la Revolución de Mayo y que fue aprovechado por las ideas alrededor de la raza y la hispanidad.

Considero que el trabajo no puede alcanzar a tomar grandes dimensiones, no solo por su extensión, sino también por la ausencia de más fuentes y bibliografías que profundicen aspectos que son brevemente introducidos y hasta algunos que siquiera son tratados, como la relación económica entre Argentina y España, o el contexto de guerra civil en España al momento de la inauguración de la escultura ecuestre en Argentina. Sin embargo, me parece importante utilizar el monumento del Cid Campeador –que se mantiene presente en nuestra cotidianeidad dentro del gran museo cosmopolita que es la Ciudad de Buenos Aires– como un disparador para comenzar a explorar esa nueva realidad entre Argentina y España en las primeras décadas del siglo XX, a la que denominamos en el inicio del texto como una “recolonización cultural” encabezada principalmente por la Iglesia católica, siendo el Cid Campeador símbolo y representación de la penetración religiosa y cultural española en Argentina.

Bibliografía

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[1] La nueva escuela histórica (NEH) emergió durante el proceso de ascenso electoral del Partido Radical en 1916, y con el movimiento de la reforma universitaria de 1918. Desde 1920 se propuso construir centros de investigación especializados: el Instituto de Investigaciones Históricas, la Academia Nacional de la Historia (antigua Junta de Historia y Numismática), las secciones y departamentos específicos en universidades. En síntesis, la NEH abogaba por una historia profesionalizada, objetiva y científica: reconociendo sus reglas, basándose en la erudición, en el acopió de archivos, y el manejo preciso de los documentos. Entre sus miembros más destacados se encontraban Emilio Ravignani y Ricardo Levene. (Sazbón, 2015)