Más que el contexto. Un análisis socio-técnico del centro clandestino de detención de la ESMA

Por: Matias Veiga: [I]

Resumen

El presente análisis socio-técnico se centra en el funcionamiento y las lógicas internas del centro clandestino de detención y tortura que funcionó en la ex-Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la última dictadura militar argentina, procurando entender que conformó un sistema que articuló múltiples tipos de relaciones político-contextuales, sociales, económicas, y a un conjunto de tecnologías y conocimientos específicos que fueron utilizados y aprovechados por y para el accionar represivo. A pesar de ser parte de una red de detención y tortura organizada a una escala mucho más grande, la ESMA tuvo características específicas a partir del establecimiento y desarrollo de un conjunto de medios o instrumentos, fines y prácticas concretas que determinaron su funcionamiento particular. De ahí que sea posible entender la estructura de este CCD a partir de un esquema socio-técnico, incorporado al final del análisis.

Palabras clave: ESMA, represión, secuestros, análisis socio-técnico.

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La Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) empezó a funcionar como centro clandestino de detención y tortura en marzo de 1976, siendo quizás el único espacio de reclusión que se mantuvo activo durante toda la dictadura militar, hasta 1983, con variaciones constantes en su dinámica interna y organización específica. Si bien el contexto dictatorial es importante para entender la transformación del Casino de Oficiales –parte del predio de la ex-ESMA– en un lugar destinado a la represión clandestina, no es el único factor explicativo para entender el funcionamiento de las prácticas represivas que incluyeron a los más diversos actores sociales, intereses económicos tanto de personas individuales como de grupos y empresas privadas e intencionalidades políticas; a la vez que el funcionamiento de los grupos de tareas que operaron allí no se circunscribió a los límites de ese edificio, sino que su accionar tuvo instancias de alcance nacional y hasta transcontinental.

Llevar a cabo un análisis socio-técnico de la ESMA implica no centrarse específica y aisladamente en el centro clandestino de detención, sino profundizar en la interacción entre elementos sociales, técnicos y económicos que dieron lugar y permitieron su funcionamiento, pero además indagar en la forma específica en que se desarrolló; las distinciones entre las consideraciones técnicas, económicas, políticas, sociales, culturales y contextuales no son lo suficientemente nítidas ni lineales, al determinarse entre sí de manera constante (Callon, 1998), por lo que se analizan en conjunto. Los aspectos sociales del modelo represivo de la dictadura no explican la forma específica en que se desarrolló la tecnología alrededor de la ESMA, así como lo técnico tampoco explica en sí mismo lo socialmente construido; todas las tecnologías –productos, procesos y organizativas– responden en mayor o menor medida a intereses específicos que varían en espacio y tiempo.

Si bien la función original del edificio del Casino de Oficiales era la de alojar a oficiales y profesores de visita, el accionar represivo del grupo de tareas en los años del presente trabajo no impidió continuar con esa función, llegando a suceder que quienes allí se hospedaban se cruzaran con víctimas secuestradas trasladadas en el interior del edificio. Allí funcionó el Grupo de Tareas 3.3, “[…] una unidad de combate que actuó clandestinamente en el marco de la lucha contra la subversión” (Franco y Feld, 2022, p. 55), perteneciente a una de las Fuerzas de Tareas designadas por el Plan de Capacidades Internas de la Armada Argentina (PLACINTARA/75), de fines de 1975, dentro del marco de la Operación Cóndor[1]. Este plan preveía una estructura organizativa que convivía a la par de la estructura ya existentes dentro de las Fuerzas.

El Grupo de Tareas estaba dirigido por un comandante, quien organizaba un Estado Mayor dividido en cuatro áreas: i) operativa, ii) inteligencia, iii) personal y iv) logística, cada una con su propio jefe.

i) El área operativa estaba compuesto por una ‘patota’ encargada de planificar y secuestrar personas en la vía pública, en sus casas o trabajos, con la finalidad inicial de trasladarlas con vida a la ESMA. Una vez consumado el secuestro, se ocupaban de revisar el domicilio de la persona para enviar los documentos personales al área de inteligencia y apropiarse de los bienes materiales para el área de logística. Muchos de estos secuestros se realizaban con vehículos de otros detenidos-desaparecidos, en vehículos pertenecientes a distintas dependencias estatales, o bien por autos otorgados por la empresa automotriz Ford, de ahí la relación del imaginario colectivo de la dictadura militar con ‘los Falcon verde’, al tratarse de vehículos espaciosos y robustos que, en caso de averías, la propia empresa facilitaba los insumos necesarios para su arreglo. Diversos conglomerados fabriles aportaban listas negras de empleados para que las patotas actúen contra ellos, poniendo a disposición las instalaciones o recursos de empresas reconocidas, además de Ford, como Ledesma, Mercedes Benz, ACINDAR, Astilleros Astarsa, entre otros (Basualdo & Manzanelli, 2022).

ii) Al llegar a la ESMA, las personas secuestradas eran sometidas a sesiones de tortura por el área de inteligencia para obtener datos sobre organizaciones armadas, militantes, armamentos o cualquier información útil que les permita organizar nuevas acciones represivas. Las torturas implicaban un conjunto de prácticas metódicas, pero entre las que también tenía lugar la improvisación y la libertad para violentar los cuerpos de las víctimas. Uno de los procedimientos de tortura física más rutinarios que implicaban la incorporación de una tecnología específica fue el uso extendido de la picana eléctrica – presuntamente creada por Polo Lugones, hijo de Leopoldo Lugones, a principios del siglo XX–, cuya utilización se extendió masivamente en las prácticas represivas durante la dictadura de 1976, ya que, según Pilar Calveiro (1998), les permitía a los torturadores crear un distanciamiento deshumanizante con la víctima y verse a sí mismos como simple personal técnico.

iii) El área de personal del Grupo de Tareas se encargaba de las personas secuestradas en ‘Capucha’ y ‘Capuchita’, dos lugares en el interior del Casino de Oficiales. Se encargaba del registro de los secuestrados, la vigilancia permanente, la provisión de alimentos y ropa, y los traslados de personas.

iv) La provisión y adminsitración de los recursos materiales para el funcionamiento del centro clandestino estaba en manos del área de logística, tanto para los operativos de secuestro como el acondicionamiento de las instalaciones del centro según los diversos requerimientos y usos por parte de los represores.

A principio de 1977 fueron capturados por el Grupo de Tareas varios militantes del sector de finanzas de Montoneros, a partir de lo cual los represores se apoderaron de un cuantioso botín que fue utilizado en gran medida para satisfacer las ambiciones políticas de Massera.

Massera mantenía fuertes diferencias con los jefes del Ejército y la Fuerza Aérea y pretendía construir su propia carrera política al margen de la Junta Militar. Manifestaba que quería convertirse en un “nuevo Perón” cuando la dictadura terminara. Y la ESMA fue la base de poder para ello (Franco y Feld, 2022, p. 67).

Los planes de Massera de prolongarse más allá de la dictadura fueron un factor de peso que dio poder y autonomía a las actividades centradas en la ESMA, desde donde se operaba con gran libertad respecto a la estructura interna de las FFAA. Desde el interior del Grupo de Tareas, el liderazgo de Jorge Acosta, jefe de inteligencia, permitió que las actividades del Grupo estuviesen a disposición de Massera, a la vez que comenzaban nuevas dinámicas internas como la infiltración –de las cuales el caso quizás más conocido sea el de Alfredo Astiz, quien operaba fuera del Casino de Oficiales– y el control y explotación del trabajo y las capacidades de los secuestrados en la ESMA.

Acosta y sus hombres entendían que la utilización de las personas secuestradas que conformasen un equipo de trabajo para fines concretos daba lugar a un proceso de recuperación de contrainteligencia; así, diversos detenidos fueron enviados a destinos como Bahía Blanca, e incluso hasta Francia, para trabajar y también para ser mostrados como parte del supuesto éxito del proceso de conversión ideológica. Este, llamado macabramente, ‘proceso de recuperación’ implicaba que las personas secuestradas, a través de sus habilidades manuales e intelectuales, apuntalasen de alguna manera las ambiciones personales del personal militar, o bien el proyecto político de Massera. Los detenidos seleccionados para ser parte del proceso de recuperación fueron obligados a realizar tres tipos de tareas: trabajos intelectuales, como traducción de informes, elaboración de estadísticas, análisis de medios de comunicación, redacción de notas periodísticas y demás; trabajos manuales especializados, como falsificación de documentos, fotografía, impresiones, elaboración de piezas audiovisuales; y tareas manuales de mantenimiento, tanto en la ESMA como en los distintos inmuebles apropiados a las víctimas de secuestros (Feld, 2019).

Los miembros del Grupo de Tareas, gracias a su accionar clandestino y a las habilidades de las personas secuestradas, se hicieron con numerosos recursos económicos robando bienes varios, apropiándose de inmuebles, transfiriendo ilegalmente empresas, vaciando cuentas bancarias en nuestro país y en el exterior, traficando armas y creando empresas fantasmas.

Quienes formaban parte del ‘proceso de recuperación’ no permanecían constantemente aislados como el resto de los secuestrados, pero aun así no tenían libertad de movimiento; debían trabajar obligadamente, incluso con grilletes y cadenas, y dependiendo de los guardias.

Desde un momento considerablemente temprano se tiene conocimiento de estas cuestiones gracias a los testimonios de Ana María Martí, Alicia Milia de Pirles y Sara Solarz de Osatinsky, en una conferencia de prensa ante la Asamblea Nacional de Francia, en París, en octubre de 1979, y posteriormente reunidos por la Comisión Argentina de Derechos Humanos:

Somos parte de ese proyecto de “recuperación” que la Marina pone en marcha. Este grupo de elegidos seguimos quedando con vida y el régimen para nosotros era cada día menos severo, sin dejar de convivir con la presencia constante de la tortura y la muerte de quienes continúan siendo capturados y asesinados. […] no teníamos otra alternativa que simular nuestro quiebre político (CADHU, 1979).

La mezcla entre la cotidianeidad del proceso de recuperación con la realidad de los secuestrados se mezclaba constantemente, llegando a generar situaciones confusas, macabras y perversas como parte del sometimiento que imponía este centro clandestino. La convivencia diaria con los represores daba lugar a situaciones ambiguas que muchas veces no eran vistas con buenos ojos por quienes no participaban de esa ‘recuperación’, entendiendo a quienes sí lo hacían como personas beneficiadas o incluso hasta como una traición a los ideales y las luchas políticas. Sin duda, la situación no era fácil ni cómoda para unos ni otros.

Siguiendo a Juan Corradi (1996), se podría ver aquí lo que él denomina como una atmósfera de ansiedad o cultura del miedo, en la medida en que el terror implementado por los integrantes del grupo de tareas –y el consecuente miedo generado en los secuestrados que formaban parte del ‘proceso de recuperación’–:

Por un lado, adapta el comportamiento político a la obediencia absoluta de las directivas de los que detentan el poder. Por otro lado, moldea las actitudes a fin de obtener obediencia voluntaria. Procura conformar nuevos sujetos políticos. El terror tiene como objetivo no solo controlar, sino también cambiar a los actores sociales. […] Es una forma de poder en la cual la conformidad no garantiza la seguridad (p. 89).

De ahí la importancia de comprender que la participación del ‘proceso de recuperación’ no debería ser vista como parte de un colaboracionismo con el régimen militar, en la medida en que no existían alternativas para las personas secuestradas que eran seleccionadas para participar en él.

Otra de las particularidades del área de inteligencia fue que cada miembro poseía el control individual sobre una o más víctimas, que desde el momento de ser ingresadas al Casino de Oficiales se transformaban en ‘casos de…’ un integrante del área, lo que implicaba una vinculación absoluta y dependiente de ese oficial, que era quien decidía sobre la vida –o la muerte– de cada persona secuestrada, cosificándolas hasta ese punto de depender completamente de ese ‘responsable’.

En el libro Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA, Munú Actis (2001) relata el proceso de salida del centro de detención y traslado hasta el encuentro con su familia en Guaminí, a 500 km de Capital Federal. Este traslado estuvo a cargo de su responsable, Mariano, quien dejó a Munú a solas con su familia, pero sin decirles que estaba secuestrada en la ESMA, sino que estaba presa:

Mi madre, que seguro no me creyó, me preguntaba “¿Qué hacés todo el día?”, y yo le contaba que hacía traducciones del francés. […] Yo atravesaba una situación límite e intentaba preservar a mi familia ocultandole la verdad. Me dolía, a los que más quería también tenía que ponerles una cara que no reflejaba lo que sentía (p. 213).

Sin duda, la situación era ambigua y confusa, una simulación constante por parte de las personas secuestradas, tanto ante sus captores (los responsables) como ante sus familias, en la medida en que estaban bajo amenazas de contar lo que estaba sucediendo en la ESMA, so pretexto de que las consecuencias las padeciera el resto de los detenidos-desaparecidos, o bien la propia familia. “Para mi vieja Mariano pasó a ser mi salvador. […] Mi torturador estaba sentado a la mesa de mi familia, usaba nuestros vasos, nuestros platos […] parecía que lo vivía como si fuera un amigo que me llevaba de paseo” (p. 214).

Estas nociones de simulación son constantes en los testimonios de los sobrevivientes de la ESMA, manejando una lógica perversa en la que muchas veces tuvieron que convivir con sus captores y familias, para luego volver a compartir espacios de cautiverio con otras personas secuestradas, entre quienes existían visiones cercanas a la traición respecto a lo que implicaba el proceso de recuperación, pero también visiones esperanzadoras (por extraño que suene el término en este contexto) que lo entendían como forma de sostener la posibilidad de incorporarse a este proceso, mejorando al menos levemente el suplicio del cautiverio.

A continuación, queda sintetizado el esquema socio-técnico del Centro Clandestino de Detención y Tortura ESMA:

Esquema socio tecnico
Fuente: Elaboración propia a partir de imágenes obtenidas en internet.

Indudablemente, el centro clandestino de detención y tortura erigido en la ex-ESMA implicó una maquinaria compleja que articuló diversos tipos de metodologías, saberes, técnicas, herramientas y relaciones sociales que lo transformaron en un caso paradigmático con relación al resto de los centros clandestinos de todo el país. No solo por la trama represiva y dictatorial, la ESMA debe ser explicada como el resultado conjunto y retroalimentado de muchos factores que, aunque parte de un sistema más amplio, supo tener sus singularidades en cuanto a las prácticas puestas en juego y a la escala que adquirieron algunos aspectos. Más que solo el contexto, más que la estructura encadenada de secuestro-tortura-asesinato-desaparición, en la ESMA se materializó también la ambición personal de los integrantes de las Fuerzas Armadas, la apropiación de bienes, la extracción de información, el uso de las habilidades manuales e intelectuales de los detenidos, su inclusión en operaciones de alcance regional nacional y transcontinental, y el intento de modificar los ideales de los secuestrados a través del ‘proceso de recuperación’ y el establecimiento de relaciones con los familiares de las víctimas.

La historia de la ESMA es mucho más que la historia de un centro clandestino, es una historia de luchas, resistencias y revalorización de los derechos humanos; la historia de quienes no pueden contarla pero que la memoria puede hacerlos volver.

Bibliografía

Actis, M. (2001). Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA. Buenos Aires: Sudamericana.

Basualdo, E., y Manzanelli, P. (2022). Los sectores dominantes en la Argentina. Estrategias de construcción de poder, desde el siglo XX hasta el presente. Buenos Aires: Siglo XXI.

Callon, M. (1998). El proceso de construcción de la sociedad. El estudio de la tecnología como herramienta para el análisis sociológico. En M. Domenech, & F. Tirado, Sociología simétrica. Ensayos sobre ciencia, tecnología y sociedad. Barcelona: Ed. Gedisa.

Calveiro, P. (1998). Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires: Colihue.

Corradi, J. (1996). El método de destrucción. El terror en la Argentina. En H. Quiroga, y C. Tcach, A veinte años del golpe. Con memoria democrática (págs. 87-107). Rosario: Homo Sapiens Ediciones.

Feld, C. (2019). El “adentro” y el “afuera” durante el cautiverio en la ESMA. Apuntes para repensar la desaparición forzada de personas. Sociohistórica, 44.

Feld, C. (2021). La ESMA y la memoria de la dictadura en Argentina. La lenta construcción de un emblema nacional. Pasajes, 62, pp. 11-32.

Franco, M. y Feld, C. (2022). ESMA. Represión y poder en el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura argentina. CABA: Fondo de Cultura Económica.

Humanos, C. A. (octubre de 1979). CADHU – Testimonios de los sobrevivientes del genocidio en la Argentina. Obtenido de El Topo Blindado: https://eltopoblindado.com/wp-content/uploads/2017/08/cadhu-testimonio-de-los-sobrevivientes-del-genocidio-en-la-argentina-parte-i.pdf

Torres-Vásquez, H. (2019). La Operación Cóndor y el terrorismo de Estado. Eleuthera, pp. 114-134.


[1] Un análisis breve al respecto se encuentra en el artículo de Torres-Vásquez (2019) sobre el terrorismo en el sistema interamericano de derechos humanos.

[I] Matias Veiga: Profesor de Historia egresado del ISFD N°41, Almirante Brown. Estudiante avanzado de la Licenciatura en Historia (CCC) de la Universidad Nacional de Quilmes.