Disciplinamiento social de los vecinos de Lomas de Zamora durante el terrorismo de Estado (1976-1980)

Por: Mauro Daniel Navas [I]

Resumen

La última dictadura militar en Argentina desarrolló un plan sistemático de terrorismo de Estado, que también apuntó a la población civil. Para ello desplegó la violencia física, así como una serie de mecanismos de disciplinamiento y control social.

A partir de un conjunto de entrevistas, se problematizan las relaciones entre las órdenes impartidas a la sociedad por el gobierno de facto y la adaptación a estas por parte de los habitantes del municipio de Lomas de Zamora.

Palabras clave: historia reciente, memoria, terrorismo de Estado, disciplinamiento social, Lomas de Zamora.

Introducción

La última dictadura militar es una herida que aún sigue abierta, por lo que comprender cómo afecta a la sociedad argentina es determinante para la construcción de una sociedad democrática y con memoria. Aquí nos centramos en las transformaciones en el día a día de las personas, en las rutinas desarrolladas en el contexto más próximo de la vida privada, el barrio. En particular, nos interesa abordar la temática del disciplinamiento social durante el terrorismo de Estado a los vecinos del partido de Lomas de Zamora (Buenos Aires), entre los años 1976 y 1980.  El recorte temporal responde al período de la dictadura de mayor represión y violencia, y donde despliega gran cantidad de mecanismos de disciplinamiento.

El gobierno militar desarrolló un plan sistemático de terrorismo de Estado, que no solo apuntó a los opositores políticos, sino también a la población civil en general. Por esto, nos preguntamos ¿por qué se modifica la rutina barrial de los habitantes de Lomas de Zamora durante la última dictadura militar? La hipótesis es que el comportamiento de los vecinos de Lomas de Zamora se adapta a las órdenes de las fuerzas represivas.

Nuestro objetivo es conocer qué aspecto de la rutina barrial en Lomas de Zamora es modificada por el disciplinamiento social del gobierno de facto.

Coordenadas teóricas y metodológicas

Para esto asumimos como propia la temporalidad de la historia reciente, definida por la relación de coetaneidad con el objeto de estudio, posibilitándonos el trabajo con testimonios y la memoria de personas que vivieron el período abordado. De esta manera, comprendemos que las entrevistas son una importante fuente para la investigación. El recuerdo personal contiene evidencia específica basada en las experiencias de los informantes (Alonso, 2018; Franco y Lvovich, 2017; Levín, 2016).

El presente trabajo se basa en diez entrevistas realizadas a habitantes de Lomas de Zamora durante la etapa estudiada, compuestas por un grupo de individuos-muestrales seleccionados por el principio de distribución estadística, a partir del género –cinco mujeres entrevistas y cinco hombres–, y su lugar de residencia en el período estudiado, a saber: las localidades de Temperley, Lomas de Zamora, Banfield, Villa Centenario, Villa Fiorito y Turdera.

Las entrevistas, además, son individuales y estructuradas de final cerrado, lo que permite realizar un análisis cuantitativo y cualitativo. Sin embargo, para que no se convierta en un simple ejercicio de la memoria, hemos tomado distancia, cruzado los discursos y confrontado los testimonios orales con textos escritos y otras fuentes.

En este sentido, el trabajo con la memoria de los entrevistados, y la conformación de fuentes históricas a partir de ella, supone revalorizar las relaciones de los sujetos con el pasado, a partir de la elaboración de sus experiencias y la crítica documental y la corrección de errores gracias a estrategias metodológicas de la historia (Lvovich, 2008).

Antes de continuar, es necesario que definamos algunas categorías que acompañan nuestro análisis. Entendemos que lo cotidiano comprende los procesos habituales que realizan los humanos en su ciclo diario y semanal. Se caracteriza por patrones repetitivos, rutinas, consumo, higiene personal, vestimenta, relaciones sociales. Aunque reiterativos, de ninguna manera invariables, ya que reciben la influencia de los cambios políticos y sociales, generándose respuestas de adaptación y resistencia.

Al referirnos al concepto de adaptar entendemos que una persona se aviene a distintas circunstancias o condiciones, al modificar sus comportamientos para ajustarse a las normas imperantes; abandona hábitos o prácticas por estar evaluadas de forma negativa por su entorno.

Cuando hablamos de disciplinamiento social nos referimos a un complejo entramado donde se entrelazan y confunden la amenaza de la violencia física con una amenaza subrepticia, la cual se manifiesta a través de símbolos, marcas y advertencias. El disciplinamiento busca la adaptación del comportamiento de las personas y la obediencia voluntaria a los dictámenes de las fuerzas represivas. Algunos de sus instrumentos son la arbitrariedad de los procedimientos de seguridad, las historias de desapariciones y el temor de que cualquiera puede ser arrestado. En fin, se trata de una estrategia de despolitización que no requiere medidas represivas, ya que el refugio en lo privado es la única esperanza de encontrar una seguridad mínima.

Contexto nacional

En la Argentina, el 24 de marzo de 1976 se inició el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, la última dictadura militar del siglo XX. Esta desplegó la violencia física, así como una serie de mecanismos de disciplinamiento y control social.

En este marco, se aplicó la doctrina de Seguridad Nacional, enfocada en garantizar el orden interno. Se cambió el modo de entender los conflictos bélicos al sustituir los enfrentamientos entre Estados por el enfrentamiento entre individuos, a la vez que se modificó la disputa por el control territorial por el control ideológico de la sociedad.

Uno de los principales agentes en esta tarea, junto con el personal de las Fuerzas Armadas, fue la policía, que desarrolló una modalidad violenta de vinculación con la sociedad y asumió la competencia ligada al ejercicio de la regulación de los comportamientos individuales. Lo que vemos es el Estado puesto al servicio del terrorismo de Estado; en palabras de Cañón Voirín (2016): “La finalidad que motiva su implementación reside en el deseo de imponer los modelos de conducta considerados deseables desde las esferas de poder, y en la voluntad de eliminar del cuadro de relaciones sociales las conductas consideradas indeseables” (p. 185).

La recolección de información, la intimidación de la sociedad y la ejecución de los opositores a las dictaduras fueron los objetivos de la desaparición forzada. La complejidad de esta acción radicaba en que el terror no quedaba acotado a la víctima y sus relaciones más cercanas –su familia, sus compañeros de militancia, sus amigos–, sino que alcanzaba al resto de la sociedad, que se enteraba de las desapariciones por los familiares de las víctimas y por rumores, pero también por los propios gobiernos militares, quienes dejaban evidencias en la vía pública o hacían circular información por los medios de comunicación.

Parte del éxito –al menos en los primeros años– del plan de la dictadura fue que un amplio sector de la sociedad valoró la recuperación de cierta normalidad en la vida cotidiana –más allá de las pérdidas en términos de actividad pública y autonomía personal– como algo fructífero frente a la violencia que habían vivido durante el período anterior. Sin embargo, la vida de las personas fue alterada, producto de un terror que se encontraba siempre presente, lo cual modificó las rutinas de la sociedad y afectó de alguna manera u otra a casi todos. Los militares hicieron sentir a los ciudadanos que estaban en forma constante en operaciones en medio de una guerra. También, las personas estaban obligadas a llevar el documento de identidad hasta para ir al almacén, era recomendable no transitar las calles en determinados horarios y debían prevenirse en la forma de vestirse o en el aspecto físico.

Esto trajo consigo un giro hacia dentro de la sociedad civil. Este proceso se vio acentuado por la conformación de los regímenes de terror, que buscaron una adaptación del comportamiento de la sociedad para generar una obediencia voluntaria a sus mandatos.

El gobierno militar hizo un uso intensivo de los medios de comunicación de masas en la vida cotidiana, desde donde buscó influenciar sobre la opinión pública o generar determinados comportamientos, a partir de la apelación a la amenaza o la incitación al miedo.

Sin embargo, esto no fue constante, ni afectó a todos por igual. En el ámbito de Lomas de Zamora, se verifican las dos caras de este proceso. Durante todo el período funcionaron en el distrito distintos centros clandestinos de detención, los vecinos no sabían lo que en verdad pasaba allí, pero les llegaban rumores. A la vez, tuvieron contactos con los militares, les prestaron el teléfono de su domicilio, les vendieron pañales en un quiosco o mantuvieron conversaciones amables.

Terrorismo de Estado

Nos interesa hacer foco en diversos comunicados de la Junta Militar, a partir de los cuales impartían órdenes a la población civil; algunos apuntaron al disciplinamiento de la sociedad. Los siguientes comunicados de la Junta Militar: Comunicado N°1, Comunicado N°2, Comunicado N°19 y Comunicado N°24 contaron con contenidos diferenciados, pero compartieron la intención de modificar las conductas de los habitantes del país y afectaron su vida cotidiana. A partir de la amenaza de la acción constante de las fuerzas militares y de seguridad, así como la reclusión en prisión, buscaron el acatamiento a sus disposiciones, tales como extremar los cuidados en acciones y actitudes individuales y en grupo, abstenerse de realizar reuniones en la vía pública, difundir noticias alarmistas –así como proclamas e imágenes de la guerrilla– y manifestarse, de igual modo que transitar por la vía pública durante la noche (Lorenz y Adamoli, 2010).

La prontitud de las directrices buscó modificar hábitos y rutinas de las personas –movilizarse en determinado horario, vestimenta, conversaciones–, quienes debieron ajustarse a las nuevas órdenes imperantes.Como plantea María Florencia Osuna (2017), “uno de los objetivos centrales del terrorismo de Estado fue reorganizar y restablecer las relaciones de autoridad no solo en el plano estatal, sino también en cada microcontexto” (p. 277).

El rol que jugaron los medios de comunicación a la hora de tergiversar la información fue crucial para aumentar la incertidumbre de las personas. Así lo explicó Oscar Canteros[1] al ser consultado sobre el tema: “Yo me enteré de todo en democracia. Algo sabías, pero no con nombre y apellido. Aparte los diarios te lo decían, lo dibujaban de otra manera”. Por su parte, Fernando[2] aplicaba un mecanismo a la inversa: “todo lo que yo leía en los diarios, y eso, pobre, me lo había enseñado mi viejo, un tipo afinado, me había dicho que todo lo que yo leía lo tenía que interpretarlo al revés. Entonces, cuando empecé a leer que Videla esto y lo otro, y, bueno, lo pensé al revés”.

El terrorismo de Estado se ejerció en todo el país, muestra de ello fue la instalación de centros clandestinos de detención (en adelante, CCD) a lo largo y ancho del territorio nacional, los cuales se desarrollaron en instalaciones secretas emplazadas en dependencias militares y policiales, así como en fábricas, escuelas y hospitales. Aquí, las Fuerzas Armadas y de seguridad mantuvieron detenidos de manera ilegal a decenas de miles de personas, a quienes aplicaron todo tipo de tortura, a la vez que asesinaron a muchos de ellos.

Como plantea Gabriela Águila (2020), esta estructura represiva no aplicó la violencia física sobre todos los habitantes del país, sino que realizó una represión selectiva, contra aquellas personas que concebían como enemigos reales o potenciales (p. 212).

El conocimiento de estos crímenes por parte de la población civil de aquel período era vago y confuso. Si bien los espacios donde se desplegó el terrorismo de Estado estaban emplazados en cercanías a viviendas y puestos de trabajo, las personas no contaban con información precisa que les permitiera comprender lo que realmente estaba sucediendo.

La enorme mayoría de los integrantes de nuestra muestra tenía algún tipo de conocimiento sobre los diversos crímenes que se cometían en el país. En particular, se enteraron de casos de secuestros y asesinatos, a la vez que ponían en duda la desaparición repentina de conocidos. En cuanto a los CCD, la mayoría se enteró de su existencia muchos años después; y los pocos que conocían la existencia de este tipo de lugares, creía que era una excepción.

El uso de la violencia tuvo distintos impactos sobre la sociedad. No podemos dejar de decir que fue un mecanismo de control social, pero el efecto sobre las personas varió: hubo quienes se paralizaron por el miedo, a otros les generó apatía o conformismo y algunos aceptaron de forma pasiva la realidad del país.

Según Águila (2020), la policía fue uno de los principales agentes en la implementación del disciplinamiento y control social, en particular por ser una institución que tenía una penetración capilar en la sociedad. No solo participó de las acciones ilegales y clandestinas que mencionamos antes, sino que también desarrolló acciones legales y públicas con el fin de establecer el orden social a escala local (p. 218).

En la provincia de Buenos Aires, la fuerza de seguridad pública era la Policía Bonaerense. A escala local se vio una separación entre la institución policial y la población: el vallado de las dependencias policiales, junto con la vigilancia de estas portando diversos armamentos, logró que las personas no acudieran a ellas a solucionar sus problemas. Fernando planteó que

no tenías circulación, las comisarías tenían las vallas en las esquinas, tenías que prender la luz interior del auto. Eran cosas que eran boludeces, pero que, llegado el momento, vos venías de una época de libertad entre comillas, digamos, y de pronto te empezaron a poner límites.

Estas acciones legales y públicas las utilizaron para amedrentar a la población y modificar algunos de sus comportamientos. De esta manera, el control de la posesión del documento de identidad se volvió constante. Además, la vestimenta, la utilización de la barba o ciertos cortes de pelo se convirtieron en motivo suficiente para que la policía interrumpiera la circulación de los vecinos y realizara preguntas intimidatorias. Juana[3] recuerda que: “Con el documento siempre encima, porque era requerimiento ya de por sí, lo decían a través de los medios que no podías salir sin el documento. Entonces… no te podías olvidar el documento”. Por su parte, Alfredo[4] aclara que: “Nos jodían los policías, pero nunca nos jodían demasiado. ‘Che ese pelo’, pero nunca hubo una situación violenta, como decir ‘adentro, les cortamos el pelo’. No, no”.

En mayo de 1977, el gobernador Saint Jean declaró que: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después… a sus simpatizantes, enseguida… a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos” (Lorenz y Adamoli, 2010, p. 38).

En ese contexto, algunos entrevistados dan cuenta del temor que tenían a ser grabados en cualquier momento y en cualquier lugar. Juana dice que: “Se hablaba de política, sí, con mis amigos, pero tratábamos de no tocar muchos los temas, tomábamos recaudos, porque no sabías quién estaba enfrente, quién te podía estar escuchando, si te parabas a hablar y te estaban grabando desde un árbol”.

Las historias en torno a los árboles se repitieron en algunos de los testimonios. María Victoria[5], de Villa Fiorito, relató que en aquella época los vecinos intuían movimientos militares cuando la municipalidad cortaba las copas de los árboles. Esto lo relacionó con que: “Decían que había que tener cuidado porque en las ramas de los árboles se escondían los guerrilleros. Eso lo habían hecho andar los mismos militares”.

Propagandas institucionales

La dictadura militar utilizó las nuevas tecnologías en la comunicación para hacer llegar diversos mensajes a la población. Así lo verificamos antes con los comunicados por radio y televisión que difundió el gobierno de facto desde las primeras horas. Sin embargo, la estrategia comunicacional no se limitó a la divulgación de órdenes o a la defensa de su ideología, también realizó un trabajo más subrepticio. Nos referimos a un conjunto de propagandas, avisos institucionales y promociones oficiales que los militares transmitieron por televisión entre los años 1976 y 1979, los cuales buscaban disciplinar a la sociedad con mensajes deformados y tergiversados.

Siguiendo las ideas de Micaela Iturralde (2017), entendemos que el propósito de estas propagandas fue presentar las imágenes audiovisuales como la representación de lo real y exhortar a las personas a obedecer las órdenes de las fuerzas represivas. A la vez, buscó que los comportamientos de la sociedad se adaptaran a una realidad deformada, donde reinaba el orden, la autoridad, la seguridad y la libertad –siguiendo la supuesta voluntad de los argentinos–, e implantó el terror con imágenes de violencia y caos (p.3).

La dictadura militar utilizó la repetición de estos hechos violentos para infundir el terror y recordaba en forma continua la posibilidad de ser alcanzado por ellos.

A lo largo de cuatro años, el gobierno militar difundió al menos once materiales, con un mensaje homogéneo que apuntaba a distintos ámbitos de la vida cotidiana de las personas. Su elaboración y difusión no fue para nada azarosa, sino que respondía a un plan que buscaba disciplinar a la sociedad. Su planificación lo demuestra el archivo en crudo distribuido por ATC (Argentina Televisora Color) al resto de los canales, el cual estaba acompañado con una placa informativa que prescribía la fecha y hora de cada emisión. Además, tenían una coherencia interna profunda al repetir ciertos aspectos del relato como el caos anterior al 24 de marzo, el peligro del terrorismo, el rol de las Fuerzas Armadas, entre otros.

Lo anterior lo vemos reflejado en la propaganda Estilo de vida argentino, de 1978, que decía: “Las cosas han cambiado, ahora se respira, se trabaja, se pasea, se habla con tranquilidad, hay seguridad, aprendimos que la libertad da derechos, pero también crea obligaciones”, acompañado por imágenes de personas de traje, caminando por la vía pública, conversando en buenos términos, así como niños disfrutando en una calesita y adultos yendo a trabajar. De fondo se escuchaba una música amena y delicada, la cual, junto con la voz del locutor, intentaba dar la sensación de paz y armonía.

El mensaje penetró en los habitantes de Lomas de Zamora. Por ejemplo, cuando María Marta[6] dice que podía volver a la casa de madrugada sin peligro de que le robasen, sin entender el peligro del secuestro como un problema de seguridad. Sin embargo, algunos vecinos fueron conscientes de la tergiversación de la información; tal es el caso de Fernando al decir que:

Fueron cuatro años terribles, pero terribles, eh. Si bien ellos te decían que tenías libertad, ellos te hablaban de la libertad y la patria y de todo eso, no era así. En la tele había muchas propagandas, ‘los argentinos somos derechos y humanos’.

El conjunto de propagandas se completaba con los siguientes audiovisuales: 6to mes FFAA, de 1976; Ganamos la paz, de 1977; Vigilar es defender, de 1978; Educación, de 1978; Seguridad, de 1978; Campaña Antecedente 2, de 1979; Autoridad, de 1979; Soberanía, de 1979; Recuerde y compare, de 1979; y Tiempo y esfuerzo, de 1979.

A través de estos avisos el gobierno militar impuso su mirada de la realidad a la sociedad, la cual pocas veces estuvo ajustada a los hechos. En la primera de las propagandas de la lista, un video institucional de octubre de 1976, se hablaba de la recuperación de la dignidad humana, del sentido como sujeto pensante y el goce en plenitud de los derechos, cuando en verdad está comprobado que en esos primeros seis meses se sucedió la violación sistemática de los derechos humanos.

Por otro lado, en el documental Ganamos la paz intentaron declarar al gobierno de facto como la salvaguarda de la nación argentina. Lo hicieron mostrando decenas de imágenes atroces de supuestos atentados guerrilleros, de los cuales no hay evidencia que las imágenes correspondiesen a ellos.

En Vigilar es defender dejaron claro la manera en que imponían el orden, el cual era posible por estar preparados frente a la amenaza a partir del registro de los desplazamientos y el seguimiento de reuniones entre personas. Es llamativo que en este archivo acompañase de fondo una música similar a un videojuego de aquella época, lo cual daba la sensación de que aquello era algo extraño y de ninguna manera lo involucraba a uno.

El resto de las propagandas compartían la característica de brindar un mensaje apuntado a mostrar los beneficios de los años en dictadura transitados. Así, se relacionaban la educación, la seguridad y la soberanía, con el restablecimiento de la paz, la libertad y los derechos, a la vez que vinculaban el reclamo de desaparición de personas con la aparición de robos y muerte.    

Podemos decir que son la demostración fehaciente de la conexión que hubo entre el gobierno y los habitantes de Lomas de Zamora, mediatizada por la televisión, un elemento característico de la época.

Conversaciones cotidianas

Los vecinos de Lomas de Zamora se vieron afectados por las diferentes amenazas que propinó la dictadura militar, por lo que cambiaron algunos de sus hábitos más comunes. El miedo a ser considerado colaborador de la guerrilla u opositor a la dictadura los llevó en muchos casos a dejar de hablar con sus vecinos, evitar determinados temas de conversación y solo hacer referencia a la realidad del país con sus familiares más cercanos. 

En lo que respecta a los temas abordados en las entrevistas, las conversaciones cotidianas entre vecinos –en particular lo referido a la situación del país– es una de las cuestiones donde menor coincidencia de respuesta encontramos. Sin embargo, todos comparten el miedo y terror que les generaba hablar de determinadas cosas con el resto de las personas.

Les ocasionaba temor la sola posibilidad de ser grabados por los servicios de inteligencia o que la persona con quien hablaban –o alguien al pasar– los denunciara frente a las fuerzas de seguridad. María Marta dice que:

Y, de política no [se hablaba]. Porque vos no sabías quién te estaba escuchando. Salvo que fuera alguno que vos sabías que podías confiar. Porque también existían los que denunciaban […] Vos hablabas con quien sabías que podías hablar. Tenías mucho miedo. De una parte y de otra, porque te podían denunciar.

Oscar Canteros dijo que se hablaba “poco y nada porque nunca sabías con quién hablabas. Por ejemplo, mi esposa y yo ya teníamos la certeza de lo que estaba pasando. Pero todo el mundo se cuidaba mucho. Salvo que fuera una persona que conocías mucho o que coincidías”.

Raúl López[7] recuerda que “en el 76 termino la escuela. Yo ahí ya no hablaba de política, para resguardarme”. En consonancia, Nelly planteó que “la gente tenía miedo. Hablábamos, pero tenían miedo. Contaban del terror que tenían de que vinieran a la noche, de que les entraran. Y hablábamos de qué hacer, por dónde salir, a qué casa ir”.

A pesar de esto, también existieron en el municipio de Lomas de Zamora experiencias donde los vecinos conversaron de forma abierta sobre lo que ocurría en el país, así como se organizaron frente a la situación de amedrentamiento y violencia que sufrían en su barrio. Tal es el caso de los habitantes de Villa Centenario, quienes tenían un sistema de aviso entre vecinos –con silbidos y gritos– para advertir el ingreso de la policía a los pasillos del barrio. Así lo relató Nelly: “Escuchábamos las voces de allá o de allá que decían ‘ahí vienen los milicos’. Cada uno sabía tenía que avisar cuando venían los camiones y vos sabías que iban a hacer requisa en todas las casas”.

Sobre la posibilidad de que las conversaciones se desarrollaran en una esquina, las experiencias son ambiguas. Recordamos que desde la comunicación del Comunicado Nº2, el 24 de marzo de 1976, las reuniones de personas en la vía pública eran perseguidas por las fuerzas de seguridad.

La diferencia en la percepción reside en la experiencia personal de cada sujeto. La vigilancia constante de la policía o el ejército amedrentaba a las personas, que hasta consideraban riesgoso reunirse en una esquina para conversar. Nelly[8] dijo que: “Si te veían que andaban dos o tres, ya te fichaban, entonces te tenías que juntar en una casa”. En la misma dirección lo recuerda Nélida al decir que: “Y no, en general no lo hacías. No. Pero más apuntaban a lo grupal. […] te diría que hasta evitábamos vernos con un familiar”. Juana recuerda vagamente que “en la esquina, si éramos mucho, creo que no se podía. Creo que mucho no se podía, ponele que tres, cuatro podías llegar a estar, pero por ahí pasaba una patrulla y te miraba mal”.

El disciplinamiento que ejerció la dictadura sobre la sociedad tuvo efectos directos en el desarrollo de las conversaciones, un elemento crucial en las relaciones sociales. La manera en que lo percibió Raúl es certera:

La gente se volcó más dentro de su casa […] Se cuidó muchísimo más en toda la cuestión de cómo se relacionaba. Me parece que se caracterizó esa etapa por ese ‘no meterse’. O sea, volver a la cueva, digamos. Al lugar donde te sentís seguro, más a las relaciones de familiares y amigos que vos conoces, a no exteriorizar tanto lo que vos pensás, sino medirlo.

Este comentario está en sintonía con lo que plantea Águila (2015), al decir que la sociedad argentina adquirió nuevas pautas y comportamientos sociales, producto del régimen de terror, que llevó a las personas a recluirse en el ámbito doméstico.

Muchas de las conversaciones trataban de temas diarios tan diversos como el clima, la economía, de fútbol y la familia, pero también de situaciones terroríficas que se volvieron cotidianas. Fernando recuerda que

era inspector, teníamos que ir a una feria que se hacía ahí donde estaba el [centro clandestino de detención] Pozo de Banfield, y un día una señora decía por qué había tantos gritos, que había muchos gritos de noche ahí. Esto tiene que haber sido entre el 76 y 77. Y entonces, otro día, también ahí, veo un camión con placas de corcho, que se pusieron las planchas de corcho para que no se escucharan los gritos. Unas placas de corcho así de gruesas, por lo menos tendrían 5cm. No, no era joda eso. Y después de eso, no se escuchaban más gritos. ¿Pero a quién le ibas a ir a decir?

Víctor todavía recuerda los dos grandes posicionamientos que tomaron los clientes de su almacén cuando en las conversaciones se instalaba el tema del contexto político y social que vivía el país. Por un lado, se encontraban quienes se mostraban indiferentes y fríos a cada hecho de violencia que se relataba, o declaraban no importarles. Por otro lado, estaban los vecinos que apoyaban el accionar violento desplegado por la dictadura militar.

Circulación

En lo primero que pensaban los vecinos de Lomas de Zamora antes de salir a la calle era en la necesidad de portar el documento de identidad. Nos encontramos aquí frente al único tema en que la muestra contestó de forma unánime. Todos coinciden al recordar que, desde 1976 en adelante, la portación del documento de identidad para realizar cualquier actividad fuera del domicilio era fundamental para no ser víctima de maltratos o detenciones por parte de la policía o el ejército.

Los operativos de control en la vía pública eran frecuentes. Caminar por el barrio, manejar el auto o viajar en colectivo era una posibilidad latente de toparse con uno de estos operativos. La enorme mayoría de nuestros entrevistados se encontró con algún tipo de control, una o varias veces durante los años que estudiamos.

En el municipio de Lomas de Zamora eran muy comunes los operativos que seguían la siguiente metodología: frenaban un colectivo, hacían descender a los pasajeros –sobre todo a los varones–, les revisaban sus pertenencias y continuaban el viaje. En medio, la utilización de violencia, gritos, malos tratos y abusos era la norma. Si el personal de seguridad encontraba algún elemento que les resultaba sospechoso –un nombre en la agenda, una revista política o un libro en particular, entre otras razones–, la persona quedaba retenida y el colectivo seguía su curso sin él.

Operativos similares se sucedían sobre las personas que se transportaban en auto. La violencia se desplegaba en ellos a través del uso de armamento, los maltratos y golpes. Existía la obligatoriedad de viajar con las luces interiores encendidas, de lo contrario, se convertía en un motivo suficiente para ser víctima de las arbitrariedades de los policías o personal del ejército. Aquí, la portación del documento de identidad evitaba cuestionamientos mayores.

Uno de los hechos más traumáticos vividos por integrantes de la muestra durante la circulación por la vía pública sucedieron en horarios nocturnos, en consonancia con el Comunicado Nº24 de 1976. María Victoria sufrió junto con su pareja el maltrato de militares:

Vinieron unos amigos a comer un sábado a la noche. Cuando terminamos, decidimos llevarlos a la casa con una estanciera que teníamos. Cuando salíamos, subimos a la camioneta y pum, cuatro milicos con ametralladora nos estaban apuntando. Estábamos los cuatro apuntados. Bajamos. Y mi amiga se desmayó, cayó así al piso. Ahí me asusté, me voy sobre ella, me dicen ‘fuera de acá’. Y la entraron a cagar a cachetazos hasta que se despertó. Nos pidieron los documentos y nos preguntaban qué hacíamos ahí, si estábamos seguros de eso, si realmente vivíamos ahí. Y hablan entre ellos y nos dejaron ir. Eso fue en el 79 u 80.

Festejos

También se sucedieron los cambios en los festejos de los habitantes de Lomas de Zamora a partir del golpe de Estado de 1976. Tanto los festejos por los cumpleaños propios, de familiares y amigos, así como las reuniones por la Navidad y Año Nuevo se encontraban condicionadas producto de diferentes órdenes directas del gobierno militar, y por el temor de las consecuencias que podrían tener.

El comentario de un entrevistado, Raúl López, resume la forma en que se desarrollaron los festejos durante todo el período: “Las fiestas eran raras. Porque está bien, era un lindo momento, te juntabas con tus seres queridos. Pero estabas festejando y sabías lo que le estaba pasando a un montón de gente. Había esa contradicción”. Si bien la gran mayoría de los participantes en nuestra muestra no vio cambios en el desarrollo de las fiestas, el contexto de violencia sobrevoló de manera constante a estos eventos.

Los entrevistados declaran que vivieron las fiestas de Navidad y Año Nuevo de forma normal y sin inconvenientes; que se reunían en familia y con amigos, para luego regresar a sus casas a altas horas de la noche o continuar los festejos en otro lugar. Sin embargo, esta interpretación debemos matizarla, ya que distintas experiencias individuales de los vecinos de Lomas de Zamora fueron traumáticas durante algún tipo de festejo o la amenaza a ser víctimas de algún hecho violento les hizo cambiar conductas al respecto.

Por ejemplo, María Victoria ni siquiera recuerda las fiestas de fin de año durante el período dictatorial. Por su parte, Alcira[9], junto a su familia, modificaron algunas conductas: con el advenimiento del golpe, las reuniones se redujeron al núcleo familiar, por el miedo a lo que podía pasar: “Evitabas lo multitudinario, te reunías con tu papá y tu mamá, pero las fiestas de los primos y todo, no. Se suspendieron, como que no se hacían. Algunos lo harían. […] El tema no era que estuviera explicitado, pero en el barrio por el miedo, todo anulado”. En tanto que Nelly no recuerda las fiestas porque no tuvo la oportunidad de hacerlas; la amenaza de los allanamientos por parte de las fuerzas represivas anuló todo tipo de festejo.

En lo que respecta a las salidas que realizaban los vecinos de Lomas de Zamora a bailar o divertirse con amigos, estuvieron atravesadas por algún hecho traumático por el contexto nacional. La única fiesta a la que asistió Nelly durante el período, el casamiento de un pariente, fue intervenido por un operativo militar que entró por la fuerza, pidió documentos y maltrató a los presentes. La posibilidad de encontrarse con este tipo de procedimientos, sumado a la posibilidad de recibir una golpiza, maltratos, humillaciones o robos por la policía, produjo que Víctor[10] dejara de salir con amigos:

Te arruinaba ver que a un pibe le decían ‘vení para acá, a ver el documento’ y te cago a palos ahí porque tengo ganas. Había mucha gente en la calle, a la gente no le impedía salir. A mí me daba asco, me chocaba mucho ver la impunidad. Ver que decían ‘vos bajate, a ver, sacate la remera, bajate el pantalón, dame la billetera, bueno tomatelá’.

Sobre los festejos que resultaron por las victorias del equipo nacional de fútbol y la obtención del título de campeón del Mundial de Fútbol de 1978 existe casi unanimidad. La gran mayoría de los entrevistados –el 90%– cuenta que festejó o vio festejar con efusividad a otras personas. El único caso que contradice esto es el de Víctor, que da una respuesta contradictoria:

El Mundial del 78 fue una libertad extrema, fiesta. Yo recuerdo… que fue lo más triste en mi vida. Lo recuerdo alegre, pero con tristeza. No sé, yo. Para lo demás les encantó. A mí me cayó tan…. fue tan horrible ver para mi esa cosa, todos con el Mundial y viste… Sentí eso de sentirte un soldado, o no un soldado, sino un objeto, una cosa. Para mí fue lo más espantoso, porque eran los milicos, y yo les había agarrado la bronca.

Los partidos de la selección de fútbol fueron la excusa perfecta para reunirse con familiares o amigos y pasar un momento agradable. Incluso los espacios de trabajo se vieron influidos por esta situación, ya que los trabajadores llevaban televisores o salían a mirar los partidos en un bar.

El 25 de junio de 1978, día que Argentina se consagró campeón, algunos vecinos de Lomas de Zamora fueron a festejar al Obelisco y otros fueron a zonas de congregación cercanas a su domicilio, como por ejemplo la Plaza Grigera en Lomas de Zamora o la Curva en Turdera.

A modo de conclusión

Para lograr su cometido, el gobierno de facto desplegó una serie de órdenes, amenazas y advertencias, las cuales tomaron forma en distintos recursos y mecanismos. Nos referimos a decisiones estatales emitidas a través de comunicados; a estrategias comunicacionales, como propagandas institucionales y el propio Mundial de Fútbol; y la instalación del sistema de secuestro, tortura y asesinato a la vista de la población. Además, se valió de actores específicos, como el personal del ejército y la policía, para imponer la obediencia a las directrices en las personas.

Frente a la prohibición de divulgar noticias alarmistas o que atentasen contra la imagen de la dictadura, los vecinos de Lomas de Zamora modificaron hábitos en las formas, modos y contenido de las conversaciones realizadas en el espacio público. La circulación por los barrios del municipio estuvo condicionada por las órdenes referidas a la portación del documento de identidad y la restricción de los horarios nocturnos. El alto acatamiento a estas medidas por parte de los vecinos estuvo dado por el temor de sufrir en carne propia el accionar violento que atestiguaban de forma cotidiana en sus pares.

En cuanto a la prohibición de reunión, los habitantes de Lomas de Zamora adaptaron sus rutinas diarias. De esta forma, los encuentros se sucedían en ámbitos privados y se seleccionaba la participación a partir del grado de confianza, producto del miedo a ser escuchados, denunciados o vinculados con las organizaciones guerrilleras. A pesar de lo anterior, no se evidencian modificaciones fuertes en la realización de reuniones anuales –como cumpleaños, fiesta de Navidad o Año Nuevo– o en los festejos masivos –como la obtención del título mundial de fútbol–.

La consecuencia general sufrida por los habitantes de Lomas de Zamora fue un retiro hacia la esfera privada como último reducto de seguridad frente al recordatorio permanente del terror.  El sostenimiento de diversos hábitos y rutinas en el espacio público tuvo consecuencias traumáticas, por lo que debieron adaptarse en forma cotidiana a las órdenes del gobierno de facto para salvaguardar su vida. Esto nos permite decir que los vecinos de este municipio fueron víctimas del terrorismo de Estado aplicado durante la última dictadura militar.

Referencias bibliográficas

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Otras fuentes

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[1] Oscar Canteros, 69 años, dirigente Sindicato de Trabajadores Municipales de Lomas de Zamora, reside en la localidad de Banfield (comunicación personal, 5 de febrero de 2021).

[2] Fernando (seudónimo), 80 años, empleado municipal jubilado, reside en la localidad de Temperley (comunicación personal, 22 de febrero de 2021).

[3] Juana (seudónimo), 67 años, jubilada. Oriunda de la localidad de Lomas de Zamora (comunicación personal, 25 de febrero de 2021).

[4] Alfredo (seudónimo), 76 años, jubilado. Oriundo de la localidad de Lomas de Zamora (comunicación personal, 03 de marzo de 2021).

[5] María Victoria, 66 años, jubilada. Oriunda de la localidad de Villa Fiorito (comunicación personal, 22 de enero de 05 de marzo de 2021).

[6] María Marta (seudónimo), 73 años, jubilada. Oriunda de la localidad de Temperley (comunicación personal, 17 de enero de 2021).

[7] Raúl López, jubilado. Oriundo de la localidad de Villa Centenario (comunicación personal, 10 de marzo de 2021).

[8] Nelly, 67 años, jubilada. Oriunda de la localidad de Villa Centenario (comunicación personal, 07 de marzo de 2021).

[9] Alcira Nélida “Kuki” Catalán, 80 años, docente jubilada. Oriunda de la localidad de Turdera (comunicación personal, 29 de enero de 2021).

[10] Víctor (seudónimo), 65 años, empleado. Oriundo de la localidad de Villa Fiorito (comunicación personal, 11 de febrero de 2021).

[I] Mauro Daniel Navas: Profesor de Historia (ISFD N° 41). Estudiante de la carrera Licenciatura en Historia (CCC) en UNQ.