De Tarare à Quilmes

Por: Silvia Delayel [I]

La realidad sólo se nos ofrece
a través de testimonios.
José Luis Romero

Según (Arfuch, 2007), las ciencias sociales se inclinan cada vez más con mayor asiduidad hacia la voz y el testimonio de los sujetos, dotando así de cuerpo a la figura del “actor social”. Los métodos biográficos, los relatos de vida, las entrevistas delinean un territorio bien reconocible, una cartografía de la trayectoria –individual– siempre en búsqueda de sus acentos colectivos. En este sentido, realicé el presente trabajo de investigación[1], basado en parte de la historia de vida de mi familia paterna. En el deseo de conservar la identidad que atraviesa a mi familia, cobra relevancia el modo de enunciación de mi padre, la ideología que emerge de su relato, el recuerdo de la migración, los afectos, la relación entre lo personal y lo colectivo, la narrativa de la memoria.

Por este motivo, comparto a continuación la narración de una historia personal, la de un francés que llegó a la Argentina en 1935 junto a sus padres. Nos centraremos especialmente en el período que abarca el año de la llegada y 1970.

Esta historia comienza en Tarare, pequeña ciudad francesa cabeza de partido en el distrito de Villefranche sur Saône, al oeste del departamento del Ródano y limítrofe del del Loire. Está ubicada a igual distancia de Lyon y de Roanne: 45 km.

La historia de la ciudad está ligada a la de la industria textil (la muselina, el terciopelo, el voile…). Es una pequeñísima ciudad en la época de la Revolución, de apenas 3000 habitantes.

En la segunda mitad del siglo XVIII, un hombre, Georges Antoine Simonet lanza a Tarare en una formidable aventura: la muselina, tela de algodón fina y liviana. Introduciendo su fabricación, desencadena el desarrollo y la posteridad de la ciudad.

Un siglo más tarde, otro hombre, Jean Baptiste Martin (1801-1867), contribuye él también, a la expansión de la comuna creando la manufactura de felpas y terciopelo J.B. Martin. Introduce así la fábrica de la felpa para sombreros de hombre y de terciopelo, con un telar de doble pieza.

Su gestión puede ser calificada de paternalista por haber creado un pensionado para jóvenes obreras que trabajaban en su fábrica. En efecto, el sitio del “Vert Galant” realizado por Jean Baptiste Martin es característico de un modo de vida industrial del final del siglo XIX: el internado industrial.

La usina de “moulinage” –torcedura de la seda–, construida entre 1839 y 1844, según los planos de Toussaint Cateland, es un imponente edificio rectangular de tres niveles. Más de 500 jovencitas dirigidas por una veintena de religiosas trabajaban, comían, dormían y rezaban en este edificio austero. La manufactura de felpas y terciopelo tenía, además, una usina de tejido, ocupada por obreros externos, hoy en día demolida.

Georges Duby y Michelle Perrot (1993, p. 138) afirman que la mecanización y la especialización que se aceleran en el curso del siglo XIX trastornan profundamente la organización de las fábricas y los talleres. Se experimentan nuevas formas de trabajo, particularmente generadoras de soledad. Así, pues, los conventos de la seda, alrededor de Lyon, que se desarrollan a partir de 1830, según el modelo del Lowell norteamericano, reclutan, con el asentimiento de las familias y la bendición de la Iglesia, una mano de obra poco cualificada y dócil. En Francia, en Jujurieux, Tarare, La Seauve y Bourg-Argental, y también en Suiza, Alemania, Gran Bretaña e Irlanda, se instalan verdaderos “claustros industriales”. Consagran la “colusión” de los intereses industriales y de los poderes de la Iglesia, en una suerte de distribución de roles, y someten a las jovencitas en cuerpo y alma, a las duras virtudes del trabajo y de la moral, hasta que, eventualmente, encuentren marido. Se calcula en alrededor de 100.000 la cantidad de niñas así “encerradas” en la región lionesa hacia 1880.

Es justamente en el internado industrial J.B. Martin donde Louise Rose Lafay ingresa en 1920, con solo 13 años, para trabajar y aprender con las religiosas, a zurcir y a bordar, entre otras cosas. Su madre había muerto, su padre había quedado ciego por error médico y estaba internado en un colegio de ciegos, financiado también por J.B. Martin.

En esta fábrica, Rose, como prefería que la llamaran, conoció a los 19 años a Antoine Marie Delayel, un “gareur de métiers”, mecánico de telares, que trabajaba como obrero externo. A los cinco meses, el 10 de septiembre de 1926, se casaron. El 9 de diciembre de 1927, nació en Tarare su hijo Henri que, en adelante, llamaremos Enrique. 

Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Europa sufría graves excesos de mano de obra, desabastecimiento e inestabilidad política por lo que muchos de los gobiernos locales promovieron activamente la emigración. Argentina, que estuvo entre los principales destinos de los emigrantes europeos, recibió las oleadas más numerosas de migrantes de ultramar entre 1890 y 1910, cuando el país se estaba posicionando exitosamente en el mercado mundial como gran agroexportador y proveedor de materias primas muchas de las cuales volvían en las manufacturas importadas (Pacecca y Courtis 2008).

A fines de 1930, la situación económica en Francia era difícil. Las producciones industriales y agrícolas cayeron, lo que provocó la caída de los precios. Sin embargo, la cantidad de desocupados era inferior a los de los otros países tocados por la crisis. En el peor momento, solo el 7,5% de la población activa era desocupada. A pesar de esto, aunque la mayoría de los países vecinos se puso en marcha a partir de 1935, Francia debió esperar al año 1938 para que su economía retomara el camino del crecimiento, sin duda porque la industria no jugaba aún un rol tan importante como en los países vecinos. La crisis tuvo sus víctimas, asalariados del sector privado, pequeños propietarios o artesanos, desocupados, agricultores o rentistas. Para disminuir el déficit de presupuesto, el franco sufrió nuevas devaluaciones, los precios bajaron menos rápidamente que los salarios. Los valores tradicionales, la familia, el ahorro o el trabajo no eran más suficientes para vivir correctamente.  

Frente a esta situación, la manufactura Martin decidió buscar nuevos horizontes y tentar suerte en la Argentina, donde ya existían otras fábricas textiles francesas. El emprendimiento consistía en montar una fábrica en la que también se produciría terciopelo. Les ofreció a Antoine Delayel y a su esposa un contrato por tres años con todos los gastos pagos. Él continuaría con su oficio de mecánico de telares y ella sería contramaestre, es decir, responsable de un equipo de obreros, dado que manejaba todos los secretos del textil. Conocía a la perfección todos los oficios, sabía tejer, urdir, bobinar, anudar, hacer pasaduras. El matrimonio aceptó el desafío. La oferta era interesante. Durante siete u ocho meses, Antoine Delayel preparó en Villeurbanne, en las afueras de Lyon, los 24 telares que iban a venir a la Argentina.

Se embarcaron en el vapor Mendoza, en Marsella. Era un barco de pasajeros, que tenía tres clases: primera, segunda y tercera. En primera viajaban los más adinerados, la familia viajó en segunda, muy aceptable, y en tercera, iban los españoles y los italianos que venían a “hacerse la América” o como dice Adolfo Prieto, en Sociología del público argentino, a la búsqueda de pan y tranquilidad.

El viaje duró 28 días. Tocaron diferentes puertos españoles, Cádiz, Almería, Barcelona, Málaga, algunos puertos africanos, entre ellos, Dakar, luego, Recife, Bahía, Río, Santos, Montevideo y Buenos Aires. Los pasajeros podían bajar en cada uno de los puertos y pasar el día recorriendo la ciudad. A la noche, el barco zarpaba de nuevo. En este primer viaje, la familia conoció a varias personas que se convertirían en amigos entrañables y con las que compartían la actividad social que se desplegaba a bordo.

Un chofer de Textilia SA (otra fábrica de capitales franceses) los fue a buscar al puerto de Buenos Aires y se instalaron en Quilmes, en una casa totalmente equipada que la fábrica había alquilado. En un local alquilado a Textilia, Martin abrió su fábrica con personal que Textilia le fue pasando. Es interesante destacar que eran todas mujeres, dado que, según Enrique, la mujer es mucho más hábil, más apta para la industria textil, sobre todo por el tipo de artículo que pretendían producir. Dora Barrancos (1999, p. 205) observa este fenómeno y afirma que las mujeres eran numerosas sobre todo en el sector hilandería gracias a su habilidad manual.

A fines de junio de 1938, la familia volvió a Francia de vacaciones por tres meses, según estipulaba el contrato. Era el primer descanso en tres años. Viajaron a bordo del vapor Alsina, no era un barco moderno, pero tenía una capacidad para 400, 500 personas. Regresaron en el Campana, más grande y más moderno que el de la ida.

Todos los barcos, en esa época, estaban divididos en tres clases y cada clase tenía su comedor. Para Enrique, lo más lindo que quedó de esos viajes fueron los amigos que hicieron y que conservaron durante toda la vida. Uno de ellos, el Sr. Sudre, a quien conocieron en 1935, había formado parte del equipo de la Aéropostale junto al célebre Antoine de Saint-Exupéry. Fue en 1919 que, con el empuje de Francia, nació en nuestro país la empresa “Aéropostale”, cuyo proyecto originario se debió a M. Latecoère, con la financiación de M. Bouilleux-Lafont, la que con aportes de capitales argentinos, se transformó en la “Compagnie Générale Aéropostale” y posteriormente en “Air France” (Pereira Lahitte, 1986, p. 44).

A pesar de que en la Argentina la situación no era brillante y que la fábrica no había dado los beneficios esperados, Martin les renovó el contrato, esta vez por cinco años. En Francia la situación era peor. El 29 de septiembre de 1938, cuando debutó la conferencia de Munich, Europa se preparaba para una nueva guerra. La conferencia tuvo lugar en el Führerhaus, un palacio à la gloire de Hitler donde se reunieron Chamberlain, Daladier, Mussolini y Hitler. Creemos que esta situación tan incierta en Francia, llevó a la empresa Martin a seguir en la Argentina.

La familia Delayel volvió a Buenos Aires con nuevas perspectivas. Al año siguiente, estalló la guerra. Enrique recuerda que durante ese período, su padre enviaba cajas con mercadería a través de la Cruz Roja y giraba dinero a su madre para comprar gas butano y leña. Con respecto a este testimonio, según información proporcionada por el Comité Internacional de la Cruz Roja, el CICR y la Liga de Sociedades de la Cruz Roja (hoy, Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja), deciden crear un organismo conjunto: “La Comisión Mixta de Socorros de la Cruz Roja Internacional”, que hace llegar socorros, en particular, a Bélgica, Francia y Países Bajos, con el fin de paliar la dificilísima situación que estaban viviendo.

Y en Buenos Aires, la vida continuaba, sin por ello dejar de seguir de cerca las novedades provenientes de Francia.Tanto Antonio como su esposa trabajaban toda la semana y el domingo se había transformado en el día de reunión con el grupo de franceses que también trabajaba en Quilmes, en Textilia. Con ellos compartían el idioma, las añoranzas, las costumbres. El deseo de mantener los orígenes, de tener un lugar de reunión, el de difundir la lengua francesa, llevó a estos franceses afincados en Quilmes a comprar, con el apoyo de varias empresas de la colectividad, una casona donde funcionó a partir de 1942 la Alianza Francesa de Quilmes[2].

Sorolla Fernández (2011, p. 2) explicita que la lealtad lingüística es un concepto que explica los esfuerzos de los inmigrantes por preservar la lengua de sus antepasados. Es una manifestación de las actitudes sociales, que entrelazan lo verbal con lo sociopolítico y lo económico. Este autor resalta también la importancia del prestigio social y valor pragmático que posee la lengua, su traspaso como herencia cultural a las generaciones subsiguientes se relaciona también con factores pragmáticos, sociolingüísticos e interculturales. La lealtad lingüística es una actitud que subyace en el esfuerzo por conservar o reclamar una identidad cultural. La lengua en la que el hablante se expresa habitualmente atesora en sus unidades una inagotable capacidad de síntesis emocional, que evoca con los significados y sentidos de sus palabras, frases y entonaciones las relaciones materno-filiales, las amistades de la infancia, con la que se piensa y reconstruye en la memoria la imagen del lugar de origen. Ella no es, pues, solo un elemento de comunicación y socialización en los nuevos contextos inmigratorios, sino la vía fundamental de preservación y transmisión de la cultura originaria de una generación a otra.

La lealtad lingüística que Sorolla Fernández explica se comprueba con nitidez en la familia Delayel pues es el francés la lengua hablada no solo en el hogar y en las reuniones con amigos, sino también en el ámbito laboral. En el caso de Enrique, que se escolariza en Argentina y en español, continúa estudios en la Alianza Francesa para poder practicar la escritura.  Retomando lo narrado anteriormente con respecto a la creación de la Alianza Francesa de Quilmes, al decir de Julio Mafud (1967, p. 72), la creación, por parte de una colectividad, de un Círculo, una Villa o una Colonia era una reacción instintiva y era natural que cada colectividad estructurara su convivencia con las costumbres natales. Las Colonias, los Círculos, las Villas sustituían al país de origen en el nuevo mundo. Eran el país de origen en América (p. 73).

Con la salud pasaba algo similar. La familia Delayel se atendió, desde un principio, en el Hospital Francés. Según Enriqueta Von Tul (1986, p. 140), fue en 1832 que la colonia francesa, impulsada por el Cónsul de Francia W. de Mendeville, creó la Sociedad Filantrópica Francesa del Río de la Plata. Como primer hospital extranjero, en 1845 abrió sus puertas el Hospital Francés. Ubicado originalmente en Independencia 172, contaba con 12 camas. Duchesnois, abnegado servidor de la colectividad durante muchos años, fue el primer médico. En poco tiempo, el hospital se trasladó a la calle Libertad entre Córdoba y Paraguay, donde permaneció hasta 1887; a partir de ese año pasó a ocupar su sede en La Rioja 951.  

El 20 de marzo de 1944, con 16 años, Enrique empezó a trabajar en la fábrica, con sus padres, como aprendiz porque había abandonado la escuela de artes y oficios. Al año siguiente, retomó en la Escuela Osvaldo Magnasco de la capital y allí completó sus estudios como técnico textil.

Como aprendiz, ganaba 45 centavos la hora. En esa época, la entrada a un cine de barrio costaba 15 centavos. Al año, pasó a ganar 1,71 y 120 pesos por mes en 1948-1949. Los obreros textiles ganaban bien, podían ir al cine, al teatro, a cenar afuera por lo menos una vez por semana. Las canchas de fútbol se llenaban, San Lorenzo podía llevar 60.000, 70.000 personas, las entradas eran muy económicas. Reconoce que la vida de los obreros cambió con el gobierno peronista. Estas afirmaciones tienen puntos de contacto con lo que Luis Alberto Romero (2001, p. 118) dice:

La novedad de esta historia, que prolongaba el secular proceso de expansión de la sociedad argentina, fue la brusca incorporación de los sectores populares a ámbitos visibles, anteriormente vedados. Más allá de su significado político, el 17 de octubre fue simbólico precisamente por eso. Estimulados y protegidos por el Estado peronista, y aprovechando una holgura económica novedosa, los sectores populares se incorporaron al consumo, a la ciudad, a la política. Compraron ropas y calzados, y también radios y heladeras, y algunos las “motonetas” que el líder se encargaba de promocionar. Viajaron por el país, gracias a los planes de turismo social, y accedieron a los lugares de esparcimiento y diversión, aprovechando la generalización del sábado inglés y aun el asueto sabatino total para algunos de ellos. Se llenaron las canchas de fútbol, las plazas y parques, el Parque Retiro y los lugares de baile. Sobre todo fueron al cine, la gran diversión de aquellos años. Invadieron la ciudad, incluso el centro, y lo usaron todo. Ejercieron plenamente una ciudadanía social, que nació íntimamente fusionada con la política.

Enrique recuerda que en los 40, la radio era una presencia constante en la vida cotidiana de los argentinos. Las familias se reunían alrededor del aparato para escuchar sus programas favoritos. La radio fue incorporando a su programación ciclos de humor, audiciones musicales, servicios informativos, programas deportivos, que pasaron de emitir flashes sobre fútbol y boxeo a transmisiones completas en directo, y radioteatros. Estos últimos, en particular, se popularizaron al punto de que muchas familias organizaban su vida diaria de acuerdo con los horarios de emisión de cada episodio.

En el año 1946, Antoine Delayel viajó a Francia en avión por primera vez, en un vuelo desde el aeropuerto de Morón, el de Ezeiza aún no existía. Fue el 22 de diciembre de 1945 que se colocó la piedra fundamental del aeropuerto de Ezeiza en un acto presidido por el general Juan Domingo Perón, en ese entonces candidato a presidente. Ezeiza se inauguró formalmente el 30 de abril de 1949, siendo bautizado con el nombre de Ministro Pistarini, en honor a su impulsor. Dicha estación aérea (la más importante de nuestro país) había sido aprobada por Ley 12.285 el 30 de septiembre de 1935, y en 1944 el propio Pistarini por decreto puntualizó el espacio a ocupar, un total de 70,36 kilómetros cuadrados aproximadamente.

En 1948, Enrique volvió a Francia, era el primer viaje después de la guerra. Viajó a bordo de un carguero, el Désirade, que había sido transporte de tropas en la segunda guerra. Era un barco lentísimo, iba a 11 nudos por hora.  Tardamos 31 días en llegar y tocamos solo cuatro puertos: Montevideo, Río, Dakar y Le Havre. Fueron 17 días sin ver tierra. Allí lo esperaba su primo Roger y juntos caminaron cinco cuadras hasta llegar al puerto. Todo estaba destruido. El motivo del viaje era hacer una práctica en Tignieu (departamento de l’Isère, a 40 kilómetros de Lyon), en una filial de la fábrica, lo que actualmente conocemos como pasantía, durante diez meses. A su llegada, recibió los llamados tickets de racionamiento J3, categoría que comprendía a los jóvenes de 13 a 21 años y a las embarazadas.

Regresó en avión de los llamados Constelación, un cuatrimotor a hélice. Al llegar a Casablanca, solo dos motores funcionaban, entonces se quedaron en esta ciudad por tres días, hasta que el avión fue reparado. Air France se hizo cargo de los gastos pero recomendó a los pasajeros que salieran en grupo, ya habían comenzado los movimientos independentistas y la relación con Francia era tensa.

El 14 de diciembre de 1950, Enrique se casó con Inés, a quien había conocido en la fábrica al volver de Francia en 1948. Se pusieron de novios en febrero de 1949, en un baile de carnaval organizado por el Club Alumni. En aquella época, los bailes que tenían lugar en los clubes eran muy frecuentados. Las chicas iban acompañadas por sus madres, quienes no pagaban entrada. Inés y Enrique recuerdan con alegría aquellos bailes, sobre todo los organizados por el Club Quilmes. ¿Por qué? Porque, cada 15 días venían las mejores orquestas: D’Arienzo, Fresedo, Troilo, orquestas de jazz como la de Varela Varelita, la de Feliciano Brunelli, cantantes como Goyeneche, Castillo, que estaban en su apogeo. Y si era carnaval, había bailes todos los días.  La época de esplendor de estos bailes se mantuvo, aproximadamente, hasta la caída de Perón. 

En esos primeros años de casados (1950- 1955), iban al Luna Park a ver boxeo, hasta el 51-52,  no se perdían los seis días en bicicleta y sobre todo iban  al cine a la capital, al menos una vez por semana. Iban a la Vascongada o a cenar a algún restaurante. En el Reportaje al cine sonoro pudimos confirmar que el cine había pasado a ser el alimento esencial de la familia argentina. Las matinés del sábado y el domingo en el centro o en los barrios se convirtieron en institución para la pequeña burguesía, en momentos para estrenar ropas o sombreros y coincidir en saludos, noviazgos e invitaciones.

Cuando Inés y Enrique se casaron, alquilaban un departamento por el que pagaban 550 pesos (el sueldo que Inés ganaba como urdidora). Enrique ganaba ya 1700.  En 1954, al volver de un viaje que hicieron juntos a Francia, a cargo de la fábrica, el Banco Hipotecario les acordó un crédito de 200.000 pesos para hacer la casa, por el que debían pagar 1000 pesos por mes, en realidad, 6062 por semestre. A los pocos años, como las cuotas no se indexaban y por diferentes devaluaciones, ir a pagar a la capital costaba lo mismo que la cuota y cancelaron el crédito, que era a 30 años, a los 12.

Según la Historia de la vida privada en la Argentina (1999, tomo 3, p. 39) a partir de 1946, reconociendo el antes desconocido “derecho a la vivienda”, el peronismo implementó acciones de construcción (acción directa) o de financiamiento de nuevas unidades (acción indirecta) a escala masiva, fundamentalmente a partir de la reestructuración del Banco Hipotecario Nacional (BHN), secundado por otras reparticiones como el Ministerio de Obras Públicas o las municipalidades y también por la Fundación Eva Perón. Los nuevos emprendimientos retomaron las tipologías ya consolidadas en la década de los treinta, aumentando notablemente su expansión social. En tal sentido, cabe destacar el Plan Eva Perón, política de acción indirecta del BHN que financiaba la construcción de viviendas unifamiliares: cada asignatario del crédito recibía una carpeta técnica con la documentación de obra completa, siguiendo los tipos compactos estabilizados en la década anterior y manteniendo la libertad de elección en cuanto a estéticas: casa cajón con techo plano o chalet californiano. En la acción directa predominó sobre todo la vivienda individual, en particular el chalet californiano, que, inmensamente difundido por la propaganda política del gobierno, llegó a identificarse como una suerte de “arquitectura peronista”. En realidad, las gestiones del peronismo estaban utilizando como imagen de felicidad popular formas creadas con anterioridad e inmensamente difundidas en la década anterior: los símbolos de la “buena vida”, del habitar y el ocio de los sectores medios y altos. Enrique comprende por qué los obreros querían a Perón: con él empezaron las vacaciones, el aguinaldo, los planes sociales, la jubilación, la licencia por matrimonio. Relacionamos este testimonio con lo que Luis Alberto Romero (2001, pp. 108- 119) afirma:

Entre 1946 y 1949 se extendieron y generalizaron las medidas sociales lanzadas antes de 1945. Por la vía de las negociaciones colectivas, garantizadas por la ley, los salarios empezaron a subir notablemente. A ello se agregaron las vacaciones pagas, las licencias por enfermedad o los sistemas sociales de medicina y de turismo, actividades en las que los sindicatos tuvieron un importante papel. Por otros caminos, el Estado benefactor contribuyó decisivamente a la elevación del nivel de vida: congelamiento de los alquileres, establecimiento de salarios mínimos y de precios máximos, mejora de la salud pública –la acción del ministro Ramón Carrillo fue fundamental–, planes de vivienda, construcción de escuelas y colegios, organización del sistema jubilatorio, y en general todo lo relativo al campo de la seguridad social.

[…]

A diferencia de la décadas anteriores, todo lo referente al mundo del trabajo, y a la misma dignidad inherente a él, tuvo un significado central, reforzado por el papel de la institución obrera por excelencia- el sindicato- en innumerables ámbitos de la vida, laboral y no laboral, pues de la mano del sindicato los trabajadores tanto aseguraron su salud como accedieron al turismo o al deporte. Los trabajadores se integraron a la nación de la mano del Estado y a la vez se incorporaron a la sociedad establecida, de cuyos bienes acumulados aspiraban a disfrutar, con prácticas típicas ya desarrolladas por quienes, en épocas anteriores, habían seguido el mismo proceso de integración.

Enrique valora que gracias a la acción del sindicato de los textiles (AOT y SETIA) se construyeron hoteles en Mar del Plata, por ejemplo, el Hotel SETIA Juan D. Perón, ubicado en Moreno esquina Corrientes y la Colonia SETIA Eva Perón en la Avenida San Martín, en Villa General Belgrano, provincia de Córdoba.

Enrique recuerda queen aquellos años la gente estaba muy dividida, el peronismo y el antiperonismoCuando cayó Perón, mucha gente festejóse llenaba la plaza de antiperonistashubo mucho revanchismo, incluso en el seno de las familias, se producían distanciamientos a causa de la política.

En 1949-1950, la fábrica trabajaba a pleno, dos turnos de ocho horas y ya empezaron a trabajar hombres. En 1954-1955, la fábrica pasó a tener 48 telares, el doble de lo que tenía y empezó a trabajar en tres turnos. Se construyó una fábrica nueva, donde estaba una vieja fábrica de dulce (Armur). Compró telares nuevos, que rendían un 40% más que los viejos, eran mucho más veloces que los que habían venido de Francia en el 35. Luego se compró una parte de Catya y se montó la tintorería. Se trabajaba con hilado de algodón proveniente de la provincia de Corrientes y con hilado de seda comprado a Ducilo.

La producción de la fábrica era importante y hasta 1965-1966, aproximadamente, se pagaban primas trimestrales a los empleados. Pero, a partir de esta época, las empresas textiles empezaron a decaer. En San Justo había una fábrica de casimires (en el orillo de esas telas decía Made en England) que por esa época cerró. Incluso en San Martín, donde Enrique consiguió trabajo en 1971, había muchas textiles, hasta en los garages de las casas se improvisaban pequeños talleres.

Con la llegada de Frondizi a la presidencia, el trabajo en la fábrica comenzó a ser más irregular. En esa época, hubo períodos en los que se trabajaba cuatro días por semana. Luis Alberto Romero (2001, p. 153) afirma que en la industria, las nuevas

ramas –petróleo, acero, celulosa, petroquímica, automotores– crecieron aceleradamente, por efectos de la promoción y aprovechando la existencia de un mercado insatisfecho, mientras que las que habían liderado el crecimiento en la etapa anterior –textil, calzado, y aun electrodomésticos– se estancaron o retrocedieron, en parte porque su mercado se había saturado o incluso retrocedía, y en parte también porque debían competir con otros productos, como fue el caso del hilado sintético, que lo hizo con el algodón en el sector de los textiles.

La situación en J. B. Martin fluctuó hasta que en 1971 la fábrica cerró, así como también cerró La Bernalesa, otra fábrica modelo de la zona. La crisis de la industria textil no fue privativa de la Argentina, también se hizo sentir en Tarare como en otras ciudades de Francia.

Felizmente, Rose se había jubilado un año antes del cierre y, además, cobraba la pensión de su esposo, fallecido en 1952. Ella pudo gozar hasta 1969 de los viajes pagos a Francia cada cinco años, vacaciones que duraban tres meses, con sueldo completo.

Después de haber trabajado 17 años en Plush San Martín, una fábrica de pana y pieles sintéticas, de capital israelí, Enrique se jubiló.

Con la ley de convertibilidad sancionada en el gobierno de Menem, con Cavallo como ministro de Economía, la fábrica de San Martín cerró y el dueño se dedicó a la importación.

Entre 1983 y el año 2015, Enrique fue presidente del consejo de administración de la Alianza Francesa de Bernal, en la que participó activamente en todas sus manifestaciones culturales. La alianza es, a su vez, miembro del Consejo Asesor de Colectividades del partido de Quilmes, del que Enrique fue presidente en los años 2000 y 2001.

Referencias bibliográficas

AAVV (1999). Historia de la vida privada en la Argentina. De los años treinta a la actualidad. Tomo III. Buenos Aires: Taurus.

AAVV (1997). Reportaje al cine sonoro. Buenos Aires: Aique.

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Barrancos, D. (1999). Historia de la vida privada en la Argentina. De los años treinta a la actualidad. Tomo III. Buenos Aires: Taurus.

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Floria, Carlos A. y García Belsunce, César (1992). Historia de los argentinos. Buenos Aires: Larousse.

Romero, José Luis (2003). Breve historia de la Argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Romero, José Luis (1997). La crisis del mundo burgués. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Romero, Luis Alberto (2001) Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Sorolla Fernández, I. (2011) La nueva Babel: la dimensión lingüística de la migración internacional. El Observatorio. Centro de Estudios de Migraciones Internacionales, Universidad de La Habana.

Von Tul, E. (1986). Los franceses en la Argentina. Buenos Aires: Manrique Zago Ediciones SRL.


[1] En el marco del Seminario de Historia Social Argentina y Latinoamericana, de la Maestría en Gestión de Lenguas, de la UNTREF.

[2] La Alianza Francesa tiene por finalidad la difusión del idioma y la cultura franceses, así como el acercamiento de los pueblos argentino y francés. La Alianza de Buenos Aires fue fundada en 1893 por el doctor François Simon, representante de la Alianza Francesa de Paris, junto con un grupo de hombres de negocios y de personalidades francesas residentes en la Argentina. Realizó su expansión en el ámbito de la Capital y se abrieron los centros Alvear, Almagro, Alfredo Fortabat, Ramos Mejía, Flores. También en el interior del país tiene sedes en casi todas las provincias.

[I] Silvia Delayel: Es profesora de francés egresada del INSP Joaquín V. González y licenciada en Lengua Francesa por la UMSA. Maestranda en Gestión de Lenguas (UNTREF), su tesis está en proceso de escritura. Actualmente, cursa la Maestría en Lenguas Extranjeras: Problemáticas Sociodidácticas, Interculturales y Plurilingües, en la Universidad Nacional de Luján (UNLU). Es profesora regular de francés en el CNBA (UBA) y en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Sus investigaciones se relacionan con la lexicultura, con el francés sobre objetivos específicos y universitarios y las políticas lingüísticas en la UNQ. Integra, además, el equipo del Observatorio de Políticas Lingüísticas de la misma universidad.

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